12.30.2005

Y descubrir lo que intentabas no saber

Nada debajo de la cama. Parecía una histérica rebuscando aquí y allá. Tirando los cojines contra la esquina, para después recogerlos presa del pánico por si había algo debajo. Era casi enfermizo. Pero no vió nada. Ni a nadie. No estaba él, que le pedía día tras día que le dejara mirar lo que hacía cuando estaba sola.
¿Cómo no encerrarse entonces bajo siete llaves?
Sabía que la quería ver. Y como él, vete tú a saber quién más. Sabía que la quería ver, pero no podia soportar la imagen de su rostro roto por el dolor de encontrarla así, sucia.

Porque ese era su ritual. Echarle de casa. Cerrar con cuidado la puerta de su cuarto. Girar la llave una vez, otra vez, otra vez... bajar las persianas hasta que ni un sólo microorganismo pudiese colarse dentro a través de las rendijas. Sacar la tinaja con el barro del cajón con candado de debajo de la mesa. Desnudarse. Meter un pie en el barro. Meter el otro pie. Sentarse en la tina. Sumergirse en la tina. Salir de la tina siendo barro. Barro adherido a la piel.

Sabía que algún día tendría que renunciar al placer, pero lo necesitaba tanto.

Y hoy como tantos días, le había pedido que se fuese. Pero no se fiaba; cada vez menos. Cada vez invertía más tiempo en buscar una cámara en cada recoveco de la habitación. Enfermizo. Y una falta de confianza.
Así que se desnudó y metió sus pies blancos y limpios en la tina. Entoncés gritó. Allí estaba él, entre las perchas del armario, con el rostro contraído por el dolor.
"Ya no te podré querer nunca" "estás sucia"

12.22.2005

La pared

Llegar no había sido sencillo. Ahora sonreía un poco y se limpiaba las manos en el jersey. ¿Cuánto tiempo había pasado? Un año, dos. Se sentó en el suelo. En la pared de enfrente imaginó un paisaje azul y frío; estaba nervioso.
Arañó su pantalón y arrugó la nariz. Intentaba pensar en algo de verdad, en algo que fuese a permanecer. Pero en su mente aparecían sólo la pared blanca y el frío de la nieve.

Tantos minutos esperando esto. Tantos minutos pensando en el final. En llegar. En llegar. Y ahora es como si me lanzasen al vacío. No soy capaz de ver nada de lo que me dijeron que habría detrás. La pared del fondo es blanca. La pared del fondo no tiene puerta.

Apretaba fuerte las manos contra los ojos, los pies contra el suelo. Aún mantenía la pequeña sonrisa, pero porque no se atrevía a mover ningún músculo.

Detrás no hay nada, no hay nada. No puedo atravesar la pared para comprobarlo. Por eso no hay nada, no hay nada.

12.11.2005

Son sólo palabras

¡Fuera, se acabó! ¡No quiero ver tus sucios ojos vagando por aquí! Así que se quitó los ojos y los lanzó desde lo alto de la colina, y rodaron ligeros, como vacíos. De cuando en cuando se encontraban algún bache, alguna irregularidad en el camino, y los ojos se golpeaban entre si, dejando escapar alguna imagen del pasado en forma de lagrimita. Y siempre era ella. De todas las imágenes que guardaba en la retina siempre era la suya la que se escapaba colina abajo. Aquel día, cuando se encontraron, ella con su abrigo nuevo, el con sus pantalones de siempre. Se abrazaron y decidieron que lo mejor sería comer una crèpe de nutella. Es lo mejor contra el frío, se dijeron. Y se miraron a los ojos, esos que ahora corren colina abajo, y también aquellos, los de ella, los que ahora se multiplican al brotar y brotar como lágrimas friccionándose contra el suelo. ¿Me quieres? Eran ahora sus labios los que le hablaban desde el fondo de su retina. Y él se miraba los pies, titubeaba, y no era que no la quisiese, pero, ¿cómo decirle que los domingos no eran lo mismo antes de conocerla, que desde que ella era ella se habían llenado de cine, lluvia y chocolate? Sí, la quería, pero jamás se lo diría, porque tenía miedo de las palabras. Tenía miedo de hablar como en las películas, y que todo se terminase al llegar las grandes letras blancas. Fin. Así que decidió callarse, y las palabras nunca llegaron. Y ella se fue lejos, y los besos y los abrazos se apretaron, mudos e invisibles, en las cartas y los cables telefónicos. Pero las palabras seguían sin llegar.