2.28.2006

El tipo de cuerpo de una cabaretera

"Vivir es la única certeza epistemológica" decía. Y después echaba los hombros ligeramente para atrás, como había visto hacer a Greta Garbo o a Joan Crawford,o a alguna otra de esas actrices que no lograba diferenciar. También le daba una larga calada a su cigarrillo cogido con cierta desidia con la mano izquierda "Y sin embargo, vivir no es más que esto". Dejaba caer cuidadosamente los párpados, golpe de efecto.
No podemos juzgarla porque no había tenido elección. Qué podían ofrecer estos horribles tiempos ecológicos cuando ella intuía la elegancia de un abrigo de pieles sobre su piel desnuda. Piel que sobraba, por otro lado. Su cuerpo era una desgracia. Un cuerpo que no encajaba en ningún sitio. Un cuerpo anguloso de cabaretera de posguerra, que nunca había conseguido ser mirado. No tenía un cuerpo redondito y gordito que disfrazar con ropas de alegres colores. No era menuda para llevar camisas y corbatas, ni era de grandes dimensiones para esconderse tras largas faldas oscuras y una piel pálida.
Era desgarbada, sólo eso. El tipo de cuerpo que uno se olvida en el autobús . El tipo de cuerpo del que una tiene que avergonzarse mientras el autobusero golpea suavemente su mejilla y se restrega los ojos.
Siempre lo había sabido. Nadie la tocaría. Nunca.
Luego estaba lo otro. Qué carácter. Apocado y amargo. Un carácter que cuadraba perfectamente con su cara escondida detrás de un pelo que siempre llevaba recogido. Y es que cuando estás solo, sólo te quedan los principios.
Había decidido hacerse una intelectual ya de adolescente. Hablar en los bares ahumados y cruzar las piernas. Fingir que no necesitaba a nadie. Leer a todos los existencialistas, después ir para atrás. Hasta se había leído las obras completas del insoportable de Schopenhauer. Y no era sencillo si tenemos en cuenta que no entendía nada, absolutamente nada. Manoseaba las palabras, y las metía aquí o allá, a toque de arbitrariedad. Porque para ella "certeza epistemológica" no significaba nada, pero no quería que nadie se diese cuenta. Jugueteaba con las frases como quien juguetea con un cuerpo. Pero ella no tocaría a nadie, jamás, y por eso colocaba las palabras según su forma y sonoridad.

2.25.2006

La goma de borrar

-Amor no es la palabra que buscaba.

Se sienta en la moqueta y te da la espalda. Tú no dices nada, sólo piensas en que quizá no fuese la palabra que buscaba, pero que es la que ha encontrado. Te acercas a la ventana y tienes ganas de contarle tu teoría sobre los tres arco iris. Pero te callas. Sabes que él está esperando a que te vayas, a que desaparezcas de una vez, y que seguro que se está imaginando una historia en la que él tiene una goma de borrar que elimina todo lo que no le gusta.

-Supongo que me borrarías a mí, ¿no?, dices, y él no dice nada, no te mira, no reacciona, y te preguntas si lo has dicho o si, como te pasa mucho últimamente, sólo lo has pensado. Y ya no sabes qué hacer, porque irte es demasiado fácil, pero quedarte es absurdo. No te das cuenta, pero mientras dibujas formas extrañas con tu dedo en la ventana, él gira un poco la cabeza y te mira durante un segundo, pero enseguida vuelve a su posición anterior.

Y cuando estás a punto de irte él estornuda, porque está sentado en la moqueta y esta semana nadie ha pasado la aspiradora, y aunque a él le gustaría ser imperturbable su alergia siempre le traiciona. Se toca la nariz y tú piensas en lo ridículo que es todo, en lo ridículo que es él y lo ridícula que eres tú, y en lo ridículo que es que nadie quiera limpiar la casa, que tú no quieras hablar y él no se quiera dar la vuelta.

Ahora te tendrías que ir, pero no lo haces, te sientas tú también en la moqueta y esperas. A que sea él quien se vaya, quien desaparezca. Y te gustaría tener una goma de borrar pero afortunadamente no la tienes, porque no serías capaz de usarla y te darías cuenta de que sin todo esto, sin la moqueta, los estornudos y el silencio, no podrías vivir.

2.20.2006

Y romperte en pedacitos

Mandíbulas abiertas de par en par. Se te ven las amígdalas, la garganta, se adivinan tus entrañas en el fondo de tu cuerpo. Y yo miro, miro y remiro por si descubro algo. ¿Dónde guardas los besos, los llantos, los antojos, las ganas de comer? La vida está en todos los rinconcitos de mi cuerpo, me explicas. Y yo me río, porque hablas como un catequista. Y te agarro la mano, porque estoy dispuesta a averiguar el lugar exacto en el que guardas todos tus secretos. Tampoco allí los encuentro. Estoy dispuesta a encontrarlos, aunque tenga que desnudarte, recorrer tu cuerpo, buscar en cada recobijo. Y si ni aún así lo logro, quizá pueda rasgarte, abrir tu cuerpo de par en par, ver que hay debajo de tu piel, rebuscar entre todos tus órganos, quererte desde dentro.

Te ríes, no me crees. Yo me pongo seria, y tú te ríes todavía más. Siempre me dices que no soy capaz de enfadarme. Es verdad, pero deberías creerme cuando te digo que pienso arañarte hasta que descubra qué hay debajo de tu cara, tus brazos, tu pelo, tus ojos. Te miro. Pienso en todo lo que podría hacer si supiera todo lo que quieres, lo que amas, lo que odias, lo que sueñas. Sería enormemente poderosa. Sonrío con malicia. Me acaricias. Te beso. Y romperte en pedacitos me parece la más sublime de las manifestaciones de amor.