3.26.2006

Fuera de órbita

Explicativa y concisa. Como una nota de suicidio, una noticia o el horario del tren. Que no deje lugar a dudas, a suposiciones, a medias tintas. Que no deje lugar a la esperanza. Que la oprima entre sus líneas, que la estrangule entre los rabos de las letras, que la hiera con sus jotas afiladas.

Ahí, entre sus líneas, la renuncia. El miedo, la angustia, quizá la felicidad, pero siempre el adiós. Adiós porque me voy, o adiós porque te marchas. Pero siempre una despedida. Y en ella no hay manos en la gabardina y humo de locomotoras. No hay un hombre de sombrero que te agarra por los hombros y te dice: Está bien que no llores, pero tampoco pretendas fingir que no te importa.

Ahí, sobre el papel, en las sombras de los dedos que agarran el bolígrafo y se deslizan hiriendo aviones, y barcos, y bicicletas, ahí se esconde la cobardía. Las líneas se multiplican, la vista se nubla. Y ahora las líneas aparecen curvas, son un inmenso ojo de pez. Y entonces recuerdas que una vez prometiste no usar hojas rayadas. Lo hiciste aquella vez, leyendo a Cortázar. Los que usaban hojas rayadas eran los mismos que apretaban los tubos de pasta desde abajo. Juraste no parecerte nunca a ellos. Apretar la pasta de dientes hasta deformar el tubo. No asustarte por la aparente rigidez de las cosas.

¿Y entonces? ¿Qué hacías pretendiendo escribir una nota explicativa?

¿Qué hacías pretendiendo arrojarte al orden del mundo? ¿Qué haces sintiendo miedo, cuando en el desorden, en los trenes de ida y vuelta, en ellos está la felicidad?

Y pensar que miras a la luna sólo porque quieres sentirte parte del cosmos. Qué estúpida eres a veces. Pero hoy no escribirás esa nota. Hoy serás todo lo polisémica que quieras, y discurrirás fuera de órbita, valiente.

3.18.2006

Y echarme la culpa.

"Opaco, así soy". Y te encanta y te enorgulleces de ello de una forma estúpida, como se puede enorgullecer un perro de saber sentarse, que está muy bien, pero a un nivel inferior.
Y opaco te tiene oscuras resonancias de indiferencia muy fílmica y de chicas llorando que te agarran del brazo mientras gritan que no tienes corazón. Y tú sonríes, claro, porque llevas toda la vida intentando ocultarlo. Opaco porque tienes corazón. Porque si fueras translúcido y dentro hubiese sólo músculo, no tendrías de qué avergonzarte.

Así que no me busques, no me busques nunca. Deja que el hielo se clave. Hasta que sangres un poco. Porque ser opaco es estar sólo. Pero no una soledad de héroe. Una soledad patética que se clava como se clava el hielo. Porque es mejor sentir el agua que sentirse por dentro. Con el corazón que machaca y se bate contra el cuerpo y que no tiene por donde salir. Y que se agota en un centímetro cuadrado y que choca y que se parte y que rebota.

Y que nunca sirve para nada.

Porque el día en que se pare... ¡Oh!. Nisiquiera me podrás dejar una nota explicativa.

3.11.2006

Ojos de cristal

Dolor de córneas de tanto mirarse al espejo. Se está haciendo de noche, pero no enciende la luz. Para qué si ya ha memorizado la imagen. Cada curva, cada esquina, cada color. Podría dibujarse de memoria si no fuera porque no sabe dibujar. O porque sabe pero no se le da bien. O no le gusta. O no quiere. Y piensa en apartar la mirada y mover un pie y después el otro y alejarse, ir a la cocina y tomar un vaso de leche caliente. Pero la orden no llega a salir del cerebro y su mirada y sus pies permanecen ajenos a todo.

Le pican los ojos como si se le hubiesen secado. Las venitas rojas que empiezan a invadir el globo son grietas. Pestañea y se romperán en mil pedazos y sonarán a copas rotas al llegar al suelo, se dice, y no pestañea. Por si acaso.

Confía en que sea el espejo quien se canse, que se vuelva opaco o que se descuelgue y se vaya, no sin antes haberle dirigido un mal gesto (una mala imagen). Pero la única opacidad es la que se desprende de su aliento y se pega de forma momentánea a la superficie.

Quiere que todo acabe bien y lanza órdenes a su cuerpo que se pierden en alguna de las mil desviaciones nerviosas. Hacedme caso, malditos.

Entonces es cuando el agujerito del lacrimal derecho (al que siempre han considerado el más débil) se rinde y se dilata tanto que un torrente de agua salada sale precipitado hacia el lavabo. El lacrimal izquierdo maldice la simetría de los cuerpos y se dilata también, y las grietas se inundan de mar que sirve de pegamento a los globos oculares. Ahora puede cerrar los ojos, puede mover un pie y después el otro, se puede alejar. Va a la cocina y mete un vaso de leche en el microondas.

Mientras, en el cuarto de baño, el espejo se pregunta qué hará ahora que se ha vuelto opaco.

3.06.2006

Y mis manos en tu cintura

Sonoridad de relojes, de cadencias rítmicas y espaciadas. Tic, tac. Tic, tac. Y a cada tic esperaba el tac. Y a cada tac hundía su cabeza en la almohada. Ahora?ahora sí. Ahora sí lo veía. Con su sonrisa ladeada, con sus modales de Cary Grant. Y esa melodía de violines pasados de moda y movimientos de swing.

- ¿Has esperado mucho?

Ella se hacía la dura. ¿Una hora? ¿Quince minutos? ¿Toda la vida?

- Acabo de llegar


Tic, tac. Tic, tac. Sapore di sale, sapore di mare.

Entonces bailaban, como todas las noches. Los violines. Las cadencias. Los besos, los brazos. Los pasos. Las caricias. Los compases. E lasciano in boca il gusto del sale.

Por eso conocía cada paso de memoria. Por eso, sabía que justo en ese momento la pisaría. Conocía con toda exactitud el dolor que le produciría la suela de su zapato sobre sus pies descalzos. Y sabía que después se reirían. Y seguirían las caricias, los mordiscos, el amor pasado de moda. El amor que sólo se veía en las comedias románticas de los años 50 y en las telenovelas.

Y entonces el reloj de nuevo. Las cadencias espaciadas, el desamor del boletín informativo y los desayunos. Lavarse los dientes frente al espejo y esperar que llegue la noche de nuevo. Y los violines. Y los pisotones, sobre todo los pisotones. El dolor.