8.21.2006

La metamorfosis

Ahora todo es diferente, claro, y la redescubro en sus nuevas dimensiones, enormes dimensiones.

Terroríficas.

Es difícil identificar el antes y el después, siempre es complicado. Cuando te retuerces de dolor, con las manos en la tripa, recuerdas que el chocolate tenía un sabor extraño, una textura térrea, algo así. Pero lo tragaste entero. ¿Sabes? Yo ahora reconstruía la historia. La veía dormir y podía discernir las señales.

Nunca me cayó bien. O es ahora que lo pienso. Igual si me caía bien, igual nunca me pareció rara. Pero no teníamos una relación muy estrecha, eso me tranquilizaba, me dejaba respirar. Llegaba a la habitación y ella estaba en silencio, era amable, nos saludábamos. Fin. A veces hablábamos de chicos, o de estudios o de conceptos metafísicos, pero sin pasarse. No éramos amigas. Y ahora pienso que ella no tenía amigas, pero no es algo que hubiera pensado antes.

Ahora tiemblo y ella duerme. Y yo no sé si escapar, si llamar por telefono, si despertarla, si matarla. Ahora entiendo su desidia y su forma indolente de caminar. Pero también entendería su hiperactividad y una manera intermitente de descansar. Porque a posteriori, todo es coherente. El problema es que ella ha roto mi imagen. Ella estaba allí inmovilizada, su cara, su cuerpo, su pasividad, sus buenas notas, su fruta, su silencio.

Y de repente el cuchillo y la sangre.

8.13.2006

La dualidad rota

Cuerpo y alma, repetía una voz cansina en su cabeza. Toda su adolescencia leyendo filosofía y obsesionándose con la dualidad. Pensaba en Platón, pero siempre acababa en Lacan. Y sentía una rabia inmensa, una rabia infinita, decía ella, una rabia propia de un ser fragmentado que se busca en los espejos. Ella se miraba de nuevo, se repasaba de arriba abajo y de izquierda a derecha, estudiaba cada curva, cada desproporción. Cuerpo.

Pero el alma estaba siempre allí pegada. Los músculos en tensión. Los ojos inquietos. Ella buscaba separar cuerpo y alma, señalarlos y definirlos y etiquetarlos. Dibujarse en la libreta y trazar dos flechas, que una dijese cuerpo y que otra dijese alma. O fotografiar la diferencia.

La dualidad integradora le parecía absurda, y lo era, decir que era dual cuando en realidad solo reconocía la unidad. La unidad fragmentada, por supuesto, la unidad que nunca sería cierta, pero unidad al fin y al cabo, sin partes distintas, sólo con pedacitos gemelos.

Una noche avanzó en su investigación y se vio sin alma, y no supo si aquello era alegría o más rabia, si era Platón o era Lacan de nuevo. La imagen del espejo era la de un ser inerte, la de un ser ajeno. Músculos pintados, ojos de cristal. Pensó dualidad, sí, pensó Platón y quiso creer alegría.

Pero Lacan en su cabeza, repitiendo "¿ves?" y "sabes que tengo razón", porque sí era cierto, se buscaba completa, dual y completa, y se identificaba con la imagen. Y acababa de descubrir que la imagen no era ella, que la imagen era otro, un yo fragmentado, o ni siquiera un yo, era un tú, o un ella. Lacan, Lacan. Músculos pintados y ojos de cristal, y ella, ella que no sabía dónde buscarse ahora.

8.03.2006

Las guerras barrigudas

Barriga que crece, que se expande hasta tensar la piel como un tambor y hacer del ombligo una válvula de contención que si se abriera provocaría que la barriga, la inmensa barriga se deshinchase como un globo, lanzando a la deriva el pequeño mundo que en su interior había nacido, había crecido, y ahora se hallaba en ese punto crítico en el que la evolución parece querer volver hacia atrás, y el progreso es un poco confuso, y la felicidade se materializa en pequeños aparatitos que vibran y emiten músicas que nos hacen canturrear, y se nos cansan los ojos delante de pantallas de plasma, e inventamos grandes armas de destrucción que aniquilan civilizaciones para instaurar lo que algunos señores llaman democracia, y todo corre deprisa, y el mundo es un fluir, sin pausas, con pequeñas comas y ni un sólo punto y aparte(bueno, sólo a veces, como ahora).

Se lo habían advertido. Jamás te comas las pepitas de las manzanas, porque te crecerá un árbol en la barriga. Pero no hizo caso, porque la vida es mucho más divertida cuando asumes riesgos. Eso pensaba. Se comió todas las pepitas que pudo, y en su barriga brotó un pequeño arbolito, que se hizo grande y tuvo manzanas. De las manzanas salieron pequeñas criaturas, similares a gusanos, pero con bracitos y piernas y un tacto suave y delicado. Comenzaron formando pequeñas tribus familiares, y poco a poco empezaron a plantar árboles por doquier y crearon extensos cultivos. Se alimentaban de frutas. Con el paso del tiempo, semanas, quizá meses (estos animalitos evolucionaban muy deprisa), construyeron hermosas casas con la madera de los árboles, crearon escuelas, bancos y tiendas, muchas tiendas. Y los bichitos hembra se compraban abrigos de piel. Y los bichitos macho relojes de última generación y bigotes puntiagudos. Los más pequeños aparatitos de esos con pantallas. Eran bastante felices, o eso creían. Ya habían descubierto el dinero, así que se deslomaban para ganar y ganar, y luego gastar y gastar. A veces tenían depresiones y se cogían una baja. Luego volvían a gastar y se olvidaban de sus problemas por lo menos hasta la hora de la cena.

Hace una semana se enfadaron con sus vecinos los bichitos del intestino. Ellos no estaban tan evolucionados. Sólo comían lo que los bichos de la barriga no querían, los restos. Los bichos barrigudos se vanagloriaban de sus logros, jajajaj, qué poco han evolucionado,míralos, comiendo basura, sin escuelas, ni tiendas, ni restaurantes. Y las señoras de pieles se llevaban las manos a la cabeza y con un gesto un tanto dramático exclamaban: "¡Pobrecillos, debemos hacer algo!". Y algo hicieron. Los señores de bigotes puntiagudos decidieron invadir la tierra de los bichos del intestino, porque, pensaron, hay que llevar la democracia a ese deprimido pueblo. En realidad pensaban que un punto tan estratégico como el intestino (que proporcionaba la salidad del cuerpo, claro está), sería clave para la expansión del imperio de los bichos barrigudos.

A la propietaria de la barriga no le importaban ni las guerras ni los imperios, sólo el dolor de barriga que tenía, que se expandía hasta los mismos intestinos, y que la hacía retorcerse de dolor. Por un momento tuvo la tentación de destapar la válvula de su ombligo y acabar con todos los habitantes que poblaban su cuerpo.