12.22.2006

Preludio a una tragedia navideña

-¿Cristal por Navidad? No entiendo qué quieres hacer con eso.

Yo, mientras tanto, me mordía las uñas y sopesaba cual sería el mejor. No, el mejor no, el más efectivo. Pasaba las yemas de los dedos por el corte irregular del cristal, mientras ella me miraba con consternación revolver en la papelera.

Ella nunca entendía nada ¿de acuerdo? No tenía esa facultad. Siempre soltaba frases grandilocuentes y conclusiones precipitadas. En este momento podía verla con el ceño bien fruncido ante el esfuerzo de pensar qué manualidades sabía yo hacer con vidrio. Me compadecí de ella.

-No es un regalo. No es material de regalo. Es un arma.

Ahora le dolería todavía más el cerebro, me cogería del brazo e intentaría apartarme del contenedor, y sobretodo de esa absurda idea. Porque ella sabía que aunque aún ignorase los detalles, cualquier idea mía era a la fuerza absurda. Le especificaría que iría a tu casa con el cristal cuando tus padres no estuviesen, que te amenazaría y que tendrías que besarme hasta que te gustase. Ella negaría con su cabecita repetidas veces, y me entrarían ganas de clavarselo sin más. No lo haría, entonces con voz de mujer experimentada, me diría: "Eso no es amor, ¿sabes?, no es amor".

¡Oh! Claro, perdona, lo olvidaba.

Porque para qué explicarle, que quien de verdad sufre, antes que llorar se arranca los ojos, y que quien de verdad ama, antes que desvanecerse, muere.

12.05.2006

Canción de invierno

Azar sería que esos lápices que afilabas con tanto esmero fueran los mismos que ella mordería ansiosa años después. Azar sería que todas las cosas que has ido perdiendo a lo largo de tu vida las hubiese encontrado ella en aceras y parques y cafeterías. Azar sería que los gérmenes que escaparon de tu boca la última vez que tosiste hubiesen llegado a la suya de forma directa y feliz.

Piensas estas cosas sentado junto a la ventana con la nariz y las puntas de los pies frías. Nieva fuera y te parece verla entre los copos, saludando como en la canción. Pero claro, piensas, con tanta nieve sería difícil verla. Te encoges y desapareces bajo la manta y la canción empieza a sonar sabiendo que la han llamado. A ti te duele un poco verte tan desnudo y te niegas a cantar el estribillo. Por si alguien te oye, por si alguien se da cuenta.

Azar sería que ella encendiese la radio y escuchase esos versos y sintiese la impetuosa necesidad de salir a perderse en la nieve. Tú tienes la cámara preparada, por si acaso ocurre, por si aparece sin avisar en el instante de azar más sublime de toda tu vida. La filmarías sin abrir la ventana, y aunque no se distinguiría nada más que una mancha borrosa que se mueve despacio al final del punto de fuga, tú verías la película una y otra vez. Así hasta el final, hasta que el negativo se quemase, hasta que la aguja del tocadiscos se rompiese de tanto acariciar el mismo surco.

Pero mientras tanto esperas dibujando con los dedos copos de nieve en el cristal.