1.31.2006

Formas de molestar

Río. Río cada vez más alto, río abriendo mucho los ojos. Río con los dedos, con los pies, me sacudo y me convulsiono.
Río sonoramente, penetro en todos los oídos, en todas las mentes. Río y palmoteo entusiasmada la pierna con la mano.

Parezco serenarme, pero nunca lo hago.

Primero una sonrisa, después un hípido, y, rápida, incontrolable, surge la carcajada, y la dejo escapar.

Ellos me miran. Todos han dicho alguna vez que reir alarga la vida, pero me miran. Y entonces sé que esto no está bien. Reiré hasta que me estallen las mandíbulas.

1.21.2006

El águila

Consumió los últimos minutos en tragar aire. Creía que así se sentiría menos pesado. Apretó los puños y salió de casa.
Los cinco primeros pasos fueron rápidos y nerviosos. Después se tranquilizó. Sus ojos miraban hacia arriba constantemente buscando pájaros a los que imitar. Intentó crear una estrategia. Primero movería los brazos hasta sentirse seguro y luego se dejaría llevar planeando. Tendría que ser como nadar.
Al subir la última cuesta sus pies se fueron manchando de tierra y verdín. Al llegar pudo ver el valle que se extendía a sus pies, y el río que se había propuesto como objetivo. Tragó aire una vez más por si lo había perdido por el camino.
Dio un paso pequeño para situarse justo al borde y cerró los ojos. Sus dedos se movían rápidos, como si estuviesen dando cuerda a algún artilugio. Contó hasta tres. Hasta cinco. Mejor hasta diez. Vaciló un momento.
Pensaba en qué pasaría si nada era como ella le había dicho. Si al saltar su cuerpo no quedaba suspendido en el aire, si no flotaba y se hundía sin saber nadar. Recordó el pelo tapándole los ojos mientras se lo decía. Recordó cómo se había reído después.
Y si ella había saltado, por qué no lo iba a hacer él. Y si ella había dicho que era fácil, por qué no lo iba a ser.

Una ráfaga de viento lo empujó y él se dejó caer. Y vio su pelo y sus ojos una vez más, y sintió que era cierto, que ella no le había mentido. Después se hundió en el río.

1.01.2006

Era aceite, vísceras, espejos

Sucia. Desnuda de llantos. Su cuerpo vacilaba, se descubría ante el espejo, y se miraba, tan lleno de vísceras. Entonces corría hasta la cocina, llenaba un vaso de agua y lo colocaba en el alféizar de la ventana. Si hacía sol el agua danzaba en círculos por las paredes del vaso. Una fiesta de cristales. Ella quería ser pura como la luz. Quería ser una mujer de vidrio, frágil y dura. Llenar su copa hasta el borde y soltar burbujitas de felicidad.

Aquel día, cuando volvió a su cama las sábanas continuaban revueltas. Se tumbó boca arriba y contó las motas de polvo. Se palpó el cuerpo. Continuaba desnuda. No quería sentirse así, como si hubiese entregado su cuerpo por un capricho, por amor. Lo había hecho, ella lo había hecho. Cedió. Y aquel capricho la consumió, la apagó. Gastó toda su luz en aquella ocasión. Desde entonces, cuando rozaba el cuerpo desnudo de un hombre la carne se volvía de aceite, y el aire se cargaba de palabras inútiles y falsas. De mentiras. Sabía que no era justo sentirse así. Sentir que cuando no hace sol el agua no sabe igual.

Cada aproximación era un intento por recuperar su luz. La cercanía de los cuerpos. El roce, el aliento. Siempre el aceite. Y después del aceite el reconocimiento frente al espejo. Y luego las carreras desnuda por casa, colocando grandes vasos de agua en todas las ventanas, palpándose el cuerpo, sintiéndose llena de vísceras. Hasta aquel día. Cuando abrió la puerta, derramó el líquido, y la balsa de aceite se consumió.