4.27.2006

Equilibrio y circo.

Hierba la funambulista pasea por un cordel. Y la gente la mira y la gente le aplaude y la gente no sabe. ¿Hierba por qué? La gente no se pregunta, no, porque Hierba es circense y en el circo las cosas son así. Ya se sabe. Hierba no llora, Hierba no reza. Hierba es una muchachita delgadita y andrógina que recogieron un día. Hierba camina, pasito a pasito porque no teme caer. No tiene familia, no teme caer. Claro.

Y Hierba la funambulista pasea por un cordel. Y Hierba se divierte ¿Por qué no?Hierba no echa de menos un nombre, ni una decisión. Hierba se balancea para causar excitación. Pequeño golpe de efecto y finge que resbala, la gente da un respingo, y después aplaude más, mucho más.

A la gente le gusta pensar que me voy a caer, eso piensa Hierba. Hipócritas estúpidos que se llevan las manos a la boca y critican que no pongamos red. Hipócritas estúpidos que quieren ver como me caigo para recordar que están vivos y estables. Y que encima, recrean emociones de honda preocupación.

Como les gusta. Y no se lo puede decir. Hierba es discreta y además nadie la va a escuchar. Hierba está ahí para fingir que se cae. Para que los demás palmoteen entusiasmados, y para que salgan en la tele, que horror, que horror, el día en el que se caiga de verdad. Ella lo sabe pero no lo puede decir, porque si piensa en coger las fuerzas suficientes para gritarles a todos que les desprecia, se sonrojará e igual tropieza.

4.23.2006

Y los dejé en libertad

Pies, podéis iros.

Lo dijo así, sin pensar, justo antes de sentarse en la hierba y arrancar una flor. Mientras jugueteaba con ella entre los dedos, pensaba en cómo sería su vida sin pies. Pensó en que se tumbaría y se quedaría allí para siempre, viendo pasar los soles y las lunas, la gente y los insectos. Las flores crecerían lentamente y él podría arrancarlas para jugar, y nunca, nunca más se sentiría mal por llevar una vida contemplativa.

Sus pies, mientras, estarían viajando por todos aquellos lugares de los que siempre le hablaban. Recorrerían desiertos amarillos y azules, selvas húmedas y ciudades con polución. Volverían una vez al año, siempre por sorpresa, y le enseñarían mil fotos de las huellas que iban dejando.

Él seguiría allí tumbado en la hierba, como ahora, con alguna flor entre las manos. Se alegraría siempre de verlos y guardaría las fotos en el bolsillo de la camisa. Así año tras año. Al final la hierba y la tierra lo cubrirían, y entonces los pies decidirían que ya no debían viajar tanto y se quedarían a su lado.

Sonrió al imaginar las caras de la gente al pasar por el parque y ver dos pies desnudos junto a un montículo. Y justo en ese momento notó un cosquilleo y vio cómo sus pies se separaban de él. Buen viaje, pensó, y arrancó otra flor de la hierba.

4.14.2006

La noria ha dejado de girar

Ridículos. Llegaron tan tarde que la noria había parado de girar, y en su lugar tan sólo un crujido de hierros gastados y carruseles decrépitos y vacíos. Y ahora parecían estúpidos, con sus trajes de terciopelo y sus excesos etílicos. Contemplando el estatismo de la noria mientras en su cabeza todo seguía girando.

La noche había comenzado en un apartamento de luces tenues. Poco a poco los corchos dieron paso a las lenguas viperinas. Se rieron como nunca, se callaron como nunca. Se escondieron bajo los sofás, y detrás de las cortinas. No, nunca lo sabrás, porque me avergüenzo. Porque te estoy contando mis secretos. Me estoy riendo de ti. Te digo, os digo, os voy a contar un secreto. Y las miradas acechan, y la luz se vuelve todavía más tenue. Ya no se siente la música. Y el secreto rueda como el vino. Y todos los paladares lo saborean. Mmmmm, los secretos. Pero más abajo, detrás de los ojos expectantes y las manos nerviosas, hay un idiota que miente, y otros idiotas que consienten. Porque sólo os contaré de aquella noche, os acordáis, cuando creísteis que me había ido a casa...qué ingenuos fuisteis, creísteis que yo...no, en realidad acabé en otro sitio...Y mientras las bocas estallan y el vino mancha la alfombra y las gargantas...mientras tanto, no os contaré mis secretos. No sabréis por qué estaba en ese lugar, qué sentía cuando, que pensé después de que, y qué pasó en el momento en que, y sobre todo, qué siento ahora que. Y no os engañéis, compañeros del alcohol y las mentiras. La noria hace tiempo que ha dejado de girar. Pese a ello, la tierra sigue haciéndolo, bajo nuestros pies.

4.07.2006

Meteorología

Lluvia que evita que se sepa. ¿Que se sepa, qué? ¿Que eres humana? ¿Que a veces necesitas que granice para sentirte limpia?
Porque la lluvia no, la lluvia nunca, la lluvia limpia pero no hace daño. Y tú recibiste esa educación que critican por todas partes, en la que parece que no hay posibilidad de exorcismo sin flagelación. Y tú quieres que granice para que arrastre las lágrimas, las lágrimas son cursis, la misma palabra es cursi. Prefieres la sangre, que el hielo te corte y te haga sangrar. Y brote rojo, desde dentro, lo que te ensucia. Escape con la sangre, con la sangre símbolo del amor. Porque por eso el corazón es el amor y no por su absurda forma no-de-corazón. El corazón es amor porque bombea sangre. Sangre como la sangre que te hace si te muerde. Y notas el sabor en tu lengua y finges enfadarte, y cruzas los brazos. Y esperas. Porque te encanta por fin tener la excusa perfecta para hacerle daño, para hacerle sangrar, para arrancarle todo lo que te gusta de él, y poder despreciarlo de una vez, sin contemplaciones. Pero no eres capaz. Porque eres blandita, y cuando sangra mucho te preocupas y vas a buscarle algo para cerrar la herida. Y no le haces daño si no llueve, porque tú sabes lo horrible que es llorar en agosto y salir a la calle y que el aire quieto y recalentado se meta en tus ojos. Y el maldito calor impide respirar y te ahogas te ahogas te ahogas y consigues intercalar entre tanta angustia una respiración y coges aire con demasiada fuerza y te intuyes a ti misma, patética. Con todo ese calor que impide inspirar y expirar y con esos sonidos grotescos de llantos histéricos. Y como uno es valiente cuando llora, porque toda la adrenalina está abotargada ante el bello espectáculo de la autocompasión, se lanza por el sendero de la no respiración, y parece que el corazón estalla, que el bazo estalla, que todo el cuerpo se entrega a una entusiasta desintegración. Pero no pasa nada. Nada que acompañe el llorar ridículo. Así que sólo queda eso. La verdad es sólo... que somos ridículos.

4.01.2006

De la bondad humana y la perversión de las sociedades

Valiente como tu hermano, que sale a la calle sin paraguas, que nunca cierra con llave, que se baña con bandera roja. Y tú siempre tan prudente, cerrando el gas y agarrando el bolso, mirando de reojo desconfiada. Quedáis siempre en el mismo sitio, donde él pide un café solo doble y tú un cola-cao. Él te pregunta cuándo crecerás y tú le adviertes de las propiedades nocivas de la cafeína. Se ríe mientras saca la cartera para pagar, pero no paga, se va al baño y deja el dinero sobre la barra, y tú tiemblas desde la mesa y vigilas, te vuelves espía o policía de incógnito. Él vuelve y se da cuenta, dice ups y bromea con el camarero, y tú te preguntas cómo aún sigue vivo.

Al salir habláis siempre de lo mismo, de ti y de mí, de mí y de ti, de que no sabes cómo puedes ser tan imprudente, y de que mamá no te educó para desconfiar de todo el mundo. Él habla de la bondad de la gente y tú de la perversión de las sociedades. Y le recomiendas tres libros y él te recomienda respirar, y entonces pasa un coche que él no ve pero tú sí, cuidado, ups. Inconsciente.

Entonces llegáis al parque y él quiere dar de comer a los patos, pero tú le hablas del ecosistema. Tu hermano te mira mientras sigues hablando, y tú ya sabes qué va a pasar, sabes que empezará con la maldita anécdota infantil que sólo tú pareces querer enterrar. Sabe que te enfadarás, que te darás la vuelta y volverás a casa sin decirle adiós, sin quedar para otro día en otro sitio, pero no hará nada para impedirlo.

Por eso volvéis al cabo de unos días al lugar de siempre, donde él pide su café doble y tú hoy un zumo de naranja, por cambiar algo, dices. Finges seguir enfadada y él finge no darse cuenta, y ves que mira por la ventana, que llueve y que él no tiene paraguas. Que tiene el pelo empapado y que se acaba de perder en el cristal. Te pregunta por mamá y por papá también, y tú cuentas las últimas anécdotas sin importancia y él se ríe pero está triste, tú sabes que está triste.

Esta vez no vais al parque porque tú tienes cosas que hacer, pero le dejas tu paraguas. Sales decidida a la calle detrás de él justo a tiempo para ver cómo lo deja en una papelera. Piensas en cogerlo, pero hoy no. Hoy quieres probar la lluvia.