5.25.2006

La maleta está llena de billetes

Delicadeza en cada uno de sus movimientos. Coge la maleta y se le marcan todas las venas (un azul tan noble) del brazo. Blanca y suave.

Y corretea de un lado al otro de la estación, dispersa, desorientada. Abre mucho los ojos y mira alrededor antes de dejar la maleta junto a la cabina. Telefonea, mientras, llora.

Entonces las señoras se dan codazos, esperan y cuchichean porque lo han visto en el cine y saben que las chicas blancas y delicadas siempre son cogidas en brazos por un hombre fuerte que les pide que no se vayan nunca.

La maleta desaparece.

Pero en el imaginario popular las chicas quebradizas sólo sirven para las historias románticas.

5.22.2006

Caballos en el aire

Afilados. Así son sus dedos cuando habla. Los mueve rápido intentando dibujar sus ideas en el aire, y sus ojos miran nerviosos a su alrededor sin saber en dónde posarse. Nunca en otros ojos, por supuesto. Porque esos otros ojos nunca están donde deben estar. En sus manos. En sus dedos. Y se siente impotente cuando encuentra tantos pares de globos oculares fijos en su cara, porque su genialidad no está ahí. Su genialidad nunca sale de su boca ni de la dirección de su mirada. Su genialidad está siendo rasgada en el aire a cada segundo con sus dedos afilados.

Nadie se fija.

Mueve mucho las manos, dicen, es muy nervioso, pero no ven las figuras que traza y que durante unos instantes quedan suspendidas en el aire.

Él se queja sin decir nada. Soy un incomprendido, piensa mientras sus ojos vuelan por la habitación.

Y sin embargo nunca se da cuenta. Nunca se fija en esa mano con tres pulseras amarillas que, cuando él se va, recoge las figuras con delicadeza.

5.18.2006

Las palabras no son sólo para hacer la guerra

Latín es tu boca de niño que iba mal en la escuela. Latín son tus ojos, que tan bien mienten, que tan bien ocultan que en aquellos años te dedicabas a levantarles las faldas a las niñas y a besarles las mejillas.

Y que los libros para ti eran para jugar a los aviones de papel. Y que las palabras para ti eran para destrozarlas contra los muros, como mísiles, como dardos venenosos, gritos de guerra en el patio del colegio.

Todos los profesores opinaban que sabías latín, aunque tú nunca supiste declinar. Rosae, rosas, rosarum. Te dolía la cabeza sólo de pensarlo. Cuando la profesora escribía en la pizarra, tu pequeña cabecita volaba a paisajes selváticos en donde luchabas contra las fieras. Entonces los lápices se convertían en lanzas mortales, y pensabas que para enfrentarse con la naturaleza no se necesitaba una lengua muerta. Las palabras, qué poco valen, y más si están muertas.

Eso pensabas. Entonces alguien decidió regalarte unas palabras, regalarte el abecedario entero. La niña de la diadema roja, la que nunca te dejó que le levantaras la falda, te hizo llegar una carta.

Algunas veces, las palabras atraviesan más fieras que los lápices afilados.

5.14.2006

Isotopo también es una palabra

Ciencia no.

Se cruzaban de brazos, hacían algún adorable mohín con los labios...

Ciencia nunca.

Había dos bandos, dos bandos claramente diferenciados.

Letras no.

Colocaban las manos en las caderas, fruncían las cejas....

Letras nunca.

A veces estallaba la guerra. Bombardeo de lápices de colores. Especial ensañamiento a través de las escuadras, de los cartabones, de todo lo que no es neutral. Los diccionarios, gordos y pesados, eran deshojados con devoción, jajaja una página menos.

Se tiraban de las trenzas, se pellizcaban, se mordían. Shhhhh. Qué placer. Qué placer la sangre cuando es poquita. Quéq placer la violencia cuando no hace daño.

Qué placer el conflicto. Qué placer.

Después llegaba la profesora y disfrutaban estudiando matemáticas y latín.

5.08.2006

La culpa es de la ciencia

Caída tras caída te dice, mientras se coloca las gafas, que la culpa de todo la tiene la ciencia. Tú le sigues el juego y pones cara de asombro, y entonces con gesto fingido de suficiencia suspira que siempre tiene que explicártelo todo. Antes de la ciencia no había ni relatividad, ni inercia ni gravedad. Antes de la ciencia sólo había letras y todo era mucho más bonito, porque las leyes físicas eran flexibles, tan flexibles como la imaginación.

Habla y habla y habla y te describe aquel mundo pre-ciencia basado en las letras, y tú piensas que lo que cuenta no es cierto, que no tiene sentido, que todo el mundo sabe que no es así. Le llevas la contraria y le dices que antes de la ciencia tampoco había letras, y él se ríe y comenta con desprecio que eso es lo que te han enseñado los científicos, malditos historiadores que quieren que creamos que el mundo fue como ellos dicen.

Se sacude la tierra del pantalón y se mira las manos que ahora tienen algún rasguño nuevo. Antes de la ciencia no había sangre ni piel si tú no querías, si decidías que existiesen era únicamente por razones literarias. Sangrar por la nariz como metáfora, ya sabes. Pero en realidad no había cuerpos, ni plantas, ni agua. Sólo letras.

Le preguntas quién inventó la ciencia y por qué la gente le hizo caso, y él se agacha y toca la piedra que le hizo caer. Las letras crearon un día a la ciencia y la ciencia era un gran recurso literario. Pero entonces la gente se lo creyó todo y la ciencia se separó de la literatura y formó un mundo aparte en el que si saltabas desde un tejado te caías al suelo. Lo peor es que en ese mundo las letras eran de mentira, eran cuentos irreales.

La culpa es de la ciencia.

5.05.2006

Torpeza

Tropieza cuando ríe. Sólo cuando esboza una sonrisa. Porque la felicidad la vuelve inestable. Le basta cerrar los ojos cuando besa para perder el equilibrio. Y además siempre acompaña sus besos de un ligero levantamiento de la pierna derecha. Como en las películas. Está tan llena de convenciones que le asusta decir te quiero. (porque las palabras, dice ella, se desgastan, y cuanto menos las uses... Esas mujeres de pelo rubio y ondulado y miradas de rimel tienen la culpa. Demasiados te quiero, demasiados arrumacos junto al porche en tardes de sol. Pero siempre nos quedará Ava Gardner, aunque no fumemos, aunque no seamos capaces de matar una mosca. Pero no, reconócelo, se dice, esas cosas no te quedan bien. La mirada lánguida y el humo. El desdén. Tú eres más de ojos clavados en el suelo, de comerte las uñas, de perder el equilibrio cuando te besan. Tú eres torpe).

Y en su torpeza a veces encuentra lo que busca. Cuando la sonrisa crece, y crece, y la dentadura reluce, y los labios se estiran dibujando una gran v, ella hace ¡plaf!, y saluda a la tierra, a las paredes de mármol, al acero y al cemento. Y duele, duele de una forma inhumana. Pero al menos el dolor no se gasta. La sangre de las torpes es real. La de Ava Gardner es sólo ketchup. Y después del rodaje se lava y se va. La otra se quedará un poco más, hasta la próxima vez que eleve su mirada, se ría, y al perder de vista el suelo tropiece y la sonrisa le dure hasta el momento final de la caída.