9.16.2007

Eurolines


Chocolatinas, una botella de agua, unos chicles y un par de libros. No necesitaba nada más. Sólo aguardar, ver pasar los campos, y las casas, y las ciudades, alguna que otra parada en alguna que otra deprimente gasolinera, y entonces, su destino.

De las biografías de los grandes artistas de la historia había aprendido que la inspiración siempre nace del viaje. Que las novelas, y los cuadros, y las poesías, se inspiran en la belleza de nuevos paisajes, de nuevas costumbres, de nuevos amores. En los últimos meses todo lo alteraba, todo lo hacía empequeñecer, sentirse más triste, un ovillo de angustias que se iba retorciendo, y al final sólo se encontraba a si mismo sumido en su ansiedad. Era un círculo vicioso, un principio y un final que eran lo mismo. Y cada día la lana de ese ovillo se llenaba de más polvo, y entonces al aislamiento se unía una suciedad demoledora.

Tenía que hacer algo que rompiese con su vertiginosa destrucción. Era necesario un cambio drástico, y esta ruptura con la decadencia viajaba en aquel autobús. Eurolines era una línea de autobuses que podría considerarse como de bajo coste. Sus autocares (hermosa palabra) recorrían toda Europa (e incluso llegaban a África) y en su mayoría transportaban a jóvenes mochileros y a emigrantes que volvían de visita a su país. Y entre ellos, Jules, con sus rastas y su libro de poesía, parecía más bien uno de esos americanos hippies que deciden cambiar las barras y las estrellas por la bicicleta holandesa y los cafés literarios. Se sentía bien. En ese momento, el bosque dejó paso a una zona industrial de grúas y chimeneas, y su compañera de asiento farfullaba extrañas palabras en algún idioma eslavo, mientras engullía una salchicha y un trozo de pan. Era curioso, pensaba Jules, que esas pequeñeces pudieran hacerle tan feliz. Era precisamente eso lo que necesitaba, pequeños retazos de vida, porque en lo diminuto, se decía, está la poesía.

Jules sacó unas chocolatinas y respiró hondo. ¿Sería cierto? ¿Encontraría la inspiración en su nuevo destino? ¿O lo hacía sólo por huir? Se imaginaba viviendo en una lúgubre buhardilla, comiendo sándwiches de queso y emborrachándose por las noches. La máquina de escribir ya era demasiado, pero quizá podría redactar a mano, olvidarse del ordenador. Al fin y al cabo, estaba a punto de empezar una nueva vida.