7.25.2008

Jeg reiser alene

Dedos como los suyos podrían envolver a la Tierra y hacerla girar a su antojo. Kjell se mira las manos antes de posarlas sobre las teclas del piano. La luz de la tarde las hace aún más bonitas, tan blancas y estilizadas. Segundos después, sus dedos de pianista hacen que los martillos golpeen las cuerdas y suena una hermosa melodía.

Kjell tiene una obsesión con sus manos. Le gusta observarlas igual que observa a la gente que todos los días pasa por su pensión. La gente viene y se va, pero sus dedos siempre continúan pegados a sus manos y eso lo tranquiliza. Kjell recibe a todas esas personas venidas de distintos rincones del mundo y se siente enormemente frustrado cuando le devuelven las llaves de la habitación y se marchan. Tanta gente de la que nunca sabrá nada. A sus dedos los conoce bien, sus dedos nunca lo abandonan.

A veces Kjell le echa la culpa a la lluvia. Es fácil cuando vives en un rincón del mundo en el que cae agua del cielo 270 días al año. Kjell cree que si no lloviese, sus huéspedes no se marcharían y que podría tocar el piano para ellos durante meses. Y café tras café, llegaría a lo más profundo de cada uno de ellos y se obsesionaría con sus historias y no con sus dedos. A veces a última hora de la tarde se ve un poquito de cielo azul.

Kjell sale de la pensión y no llueve. Pasea por el puerto y decide, bajo la estatua de Håkon VII, acabar con su obsesión. Esa noche recoge sus cosas y se sube a un barco en el que le dejan tocar el piano. Le han dicho que va a llegar a un lugar parecido a Escocia.

El cielo está gris cuando desembarca. Paga por una cama en una pensión y nota que la chica de recepción se mira las manos. Kjell envuelve con sus dedos el globo terráqueo que lleva en su bolsillo y lo hace girar a su antojo.

7.06.2008

cálido reposo

Sepulcro, tierno sepulcro. Entre tus piedras me gusta reposar, respirar tu húmedo aliento, sentir tu frío roce. Se está tan bien, aquí dentro, disfrutando de tu calmo reposo…

Tú que nada me exiges, tú, mi querido sepulcro, que me acoges entre tus paredes, me dejas anidar en tu pétreo lecho, sin pedir nada a cambio. De haberlo sabido, si tan siquiera hubiese imaginado tu cálido recibimiento, hubiese venido a tu encuentro mucho antes.

Hoy ha venido a traerme flores, azules. No sabría decirte de qué tipo porque yo no entiendo de botánica. Pero me han gustado. Creo que nos harán buena compañía. Y me ha hablado. Ha carraspeado, se ha arrodillado junto a mí, junto a ti, junto a nosotros, y me ha dicho. Te traigo unas flores, espero que te gusten. Y no ha sido capaz de decir nada más. Supongo que no es fácil hablar a un muerto.

No te preocupes, no estoy triste. No creas que me encuentro sola. Te tengo a ti, tengo este silencio, esta tranquilidad, este reposo. Y tengo mis recuerdos y mis sueños, tejiendo su tela de araña entre mis dedos.