9.30.2008

Sabor añejo

Caramelo para viejos. Sabe a mentolado, a alcanfor y a pan con vino. A veces lo escondo el bolsillo, porque a ella no le gusta -dice que se me sube el azúcar-, pero cuando se gira… Ummm, ese sabor. Cuando lo chupas bien el caramelo para viejos sabe a tiza, a bicicletas en verano, y a bailes en la verbena.

Ella dice que lo olvide, que por mucho que la tecnología haya avanzado y ahora la juventud se mastique con nostalgia, siempre seré un viejo. Pero yo no me resigno, y a veces como uno detrás de otro hasta empachar. Y entonces los días en la escuela se mezclan con mis primeros amores, y soy un niño arrugado que escribe la “p” como una “q”.

Pero me gusta el riesgo, porque hay un punto, entre el tercer y el cuarto caramelo, en el que llego al momento justo. Aquella tarde en el lago, cuando sellamos nuestro pacto de amistad, aquella carta de letras retorcidas, los rizos de Anna, el sol de medianoche.

Es curioso como nos obsesionan los recuerdos. Y no lo entiendo, porque saben a guardado. Ni siquiera nuestros ilustres científicos han conseguido que sepan a fresa, a limón o a helado de nata con nueces.