8.20.2008

El oso de peluche está escondido

Antojo de algo prohibido (cómo no), volver a ese momento (delicioso) en el que el Demonio tienta mis siete años de impresionable colegiala. Ver el envoltorio en el suelo, machacado, recogerlo sin que nadie se de cuenta, abrirlo despacito, meter el caramelo espachurrado en mi boca, sentir todo ese sabor estrambótico apoderándose de mí. Antojo de aquel caramelo, de aquel y de ninguno más. Antojo de volver al principio, a los errores originales, desandar paso a paso el camino que me ha llevado hasta demasiado lejos.

He recorrido mundo. Simulo reírme con vosotros, estancados, petrificados, mientras pienso en otros asuntos, siempre más importantes. Trato de explicaros que no quiero, que no puedo volver a casa. El universo es vasto y debo explorarlo todo. No espero que me entendáis.

Después, de noche, sueño con colarme en aquella casa. Meterme bajo la cama, abrir la caja, soplar el polvo, sacar el oso de peluche, y abrazarlo para siempre. No necesito más. Soy la misma niña que se asegura bien, mirando de reojo, de que nadie le vea tragarse el caramelo.