3.21.2009

Odiar es de débiles

Odiarlas es tan fácil... Eso piensa mientras golpea con rabia una piedra que no va dirigida a ellas, que ya nunca irá dirigida a ellas, una piedra que rebota contra un contenedor, o contra una farola, porque el odio es de cobardes, de los que sólo lanzan piedras contra objetos inanimados.

Pero él recuerda, lo sabe por que se lo han contado, su padre, su abuelo, lo ha visto en películas y documentales, recuerda que hubo un tiempo en que los hombres eran hombres y no odiaban a las palomas, las despreciaban. Los niños llenaban las plazas y se divertían arrojando estudiados proyectiles con los tirachinas para alcanzar entre los ojos a los pobres pájaros que revoloteaban desorientados, que huían nada más ver a un niño (que ya era más hombre que cualquier hombre de mañana). Las insultaban por divertirse, aunque era tan fácil, que no generaba la satisfacción de un zorro, o incluso de una gaviota. Era un placer para los más pequeños, un entretenimiento apto para todos los públicos.

Y sin embargo, nuestros hijos, criados en el amor y en la sensibilidad, escapan nada más ver a una paloma. Qué feas, qué sucias, dicen, salvo en el día de la paz. Qué asco, dicen, pero es qué miedo. Y ellas, que lo intuyen, se acercan cada vez más, y cuando alzan el vuelo se atreven a rozar nuestros cabellos. Ellas toman nuestras calles, toman nuestro barrio, mientras nosotros nos vamos escondiendo en los portales, en las casas, en las habitaciones.

Sí, es tan fácil odiarlas ahora que ya no somos quienes de despreciarlas.