11.30.2009

Dejadme solo

Farsante, como un auténtico farsante. Así te sientes casi todo el día. Cuando te cruzas en la escalera con la vecina del 5º y le lanzas una mirada furibunda, dejándole bien claro que en cuanto tengas la más mínima oportunidad dejarás ese vecindario de mierda.

Patético mentiroso, mientras te tomas tu café con leche y reprendes enérgicamente a ese niño que vocifera sin parar y no te deja concentrarte en las páginas de opinión del periódico “líder”.

Triste embustero, cuando sales del cine y emites tu certero veredicto: “bah, una película que confirma la decadencia de este director. Se cree que los espectadores somos imbéciles”.

Lastimoso actor, cuando vas a la playa y destrozas todos los castillos de arena, y no te metes en el agua porque te da asco sumergirte con la masa, y gritas para que todo el mundo pueda oírte: “me voy, este sitio es para perdedores. Prefiero quedarme en casa leyendo a Schopenhauer”.

Dices odiar a todo el mundo, detestar lo que otros hacen. Tirarías todos los libros de Alessandro Baricco por la ventana sin dudarlo. Sobre todo, odias el sentimentalismo. Y por encima de todo, no soportas a las personas, especialmente a las felices.

Quieres estar solo, únicamente a ti te soportas. Tú sentado en tu butaca, seguramente fumando algún puro, mirando por la ventana. Y de repente, se te escapa una sonrisa pensando en aquel niño de la cafetería que se creía un guerrero y gritaba “¡caballeros, al rescate!”. Y piensas que tu vecina es tan entrañable que te gustaría tenerla por abuela. Y en aquella película, sí, qué reconfortante estado, sentirte transportado por la belleza edulcorada de sus imágenes... Por no hablar de la sensación que te produjo la arena entre tus dedos, y chapotear en la orilla entres las risas de los niños que construían altos torreones y fortalezas rodeadas de agua.

Continúas sonriendo, pero entonces, te das cuenta de que la vecina de enfrente está tendiendo la ropa y puede verte. Expulsas una bocanada de humo, adquieres un gesto serio y vuelves a representar tu farsa. En el odio, en la soledad, en el rechazo, te sientes más seguro.