3.11.2006

Ojos de cristal

Dolor de córneas de tanto mirarse al espejo. Se está haciendo de noche, pero no enciende la luz. Para qué si ya ha memorizado la imagen. Cada curva, cada esquina, cada color. Podría dibujarse de memoria si no fuera porque no sabe dibujar. O porque sabe pero no se le da bien. O no le gusta. O no quiere. Y piensa en apartar la mirada y mover un pie y después el otro y alejarse, ir a la cocina y tomar un vaso de leche caliente. Pero la orden no llega a salir del cerebro y su mirada y sus pies permanecen ajenos a todo.

Le pican los ojos como si se le hubiesen secado. Las venitas rojas que empiezan a invadir el globo son grietas. Pestañea y se romperán en mil pedazos y sonarán a copas rotas al llegar al suelo, se dice, y no pestañea. Por si acaso.

Confía en que sea el espejo quien se canse, que se vuelva opaco o que se descuelgue y se vaya, no sin antes haberle dirigido un mal gesto (una mala imagen). Pero la única opacidad es la que se desprende de su aliento y se pega de forma momentánea a la superficie.

Quiere que todo acabe bien y lanza órdenes a su cuerpo que se pierden en alguna de las mil desviaciones nerviosas. Hacedme caso, malditos.

Entonces es cuando el agujerito del lacrimal derecho (al que siempre han considerado el más débil) se rinde y se dilata tanto que un torrente de agua salada sale precipitado hacia el lavabo. El lacrimal izquierdo maldice la simetría de los cuerpos y se dilata también, y las grietas se inundan de mar que sirve de pegamento a los globos oculares. Ahora puede cerrar los ojos, puede mover un pie y después el otro, se puede alejar. Va a la cocina y mete un vaso de leche en el microondas.

Mientras, en el cuarto de baño, el espejo se pregunta qué hará ahora que se ha vuelto opaco.

No hay comentarios: