11.07.2010

De organismos aeróbicos y anaeróbicos

Respirar parece tan sencillo. Llenas tus pulmones, y luego expulsas todo fuera, y vuelta a empezar. Todo el mundo parece saber hacerlo, por lo que uno tiende a pensar que lo realmente extraordinario sería no respirar, y aún así seguir viviendo, cual organismo anaeróbico.

Cada día, millones de personas en el mundo se levantan con el objetivo de no respirar. “A ver cuánto aguanto hoy”, se dicen. Y así transcurre su jornada, haciendo todo lo posible por no respirar, y aún así, no morir del todo. Así que, trabajan, trabajan y trabajan con el cuello bien agarrotado; corren, corren y corren con el ordenador, la compra, los niños, o cualquier otro objeto pesado encima; se ahogan subiendo las escaleras; se meten en el coche y se atragantan con un poco de humo; o bien se aprietan la corbata o se abrochan la camisa hasta el último botón. Un reto universal que cada día tiene más adeptos.

Pocos lo han conseguido, porque requiere un gran sacrificio y hay que estar muy bien dotado y entrenado para poder (sobre)vivir sin respirar. Muchos se rinden, y se entregan a un mundo en el que las corbatas se aflojan, la gente se estira de vez en cuando en el trabajo cuando nadie mira, en las oficinas se cuentan chistes, en los parques se corre a pleno pulmón, se camina despacio, y a veces, uno, sin más, respirar por respirar.

Pero qué le vamos a hacer si el mundo está lleno de cobardes empeñados en seguir siendo aeróbicos.

7.10.2010

La seducción al modo tradicional (artes de pesca)

Llena. La almadraba está repleta de atunes que se retuercen, de la misma manera que tú estás lleno de mí. Yo nado de un lado al otro, tranquila dentro del espacio que tengo acotado. Aún no noto el laberinto de redes por debajo, aún no se ha comenzado a agitar el mar.

¿Lo has visto en la tele? Es difícil no sentir piedad. Las olas que forman cuando la trampa asciende, coleteando con toda su fuerza, tratando de descender de nuevo al fondo del mar. ¿Tratar de escapar es digno o patético? Las embarcaciones les han ido cercando, ya no hay salida posible. Unos se rinden antes, otros después. Pocos viven todavía cuando el marinero, decidido, les hace un corte de tajo en el cuello.

De la misma manera, debes saberlo, tú me tendrás.
Pero solo cuando apenas pueda respirar.

3.01.2010

Infinita maldición

Infinito. Así es el silencio que cubre mi oído cada vez que descuelgo el teléfono. Sin voz, sin respiración, sin un sonidito electrónico que me indique que la línea está abierta y dispuesta a ayudarme. Todo está enchufado, pero solo encuentro este maldito silencio.

Si la línea me quisiera ayudar, me diría que está ahí. "Piiii", me susurraría suavemente al oído. Y yo colgaría el teléfono sin necesidad de llamar a nadie, sabiendo que la comunicación es posible, sabiendo que aún me puedo salvar. Entonces me metería tranquila en la cama y dormiría plácidamente.

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Esta mañana te he intentado llamar. Una vez más, el silencio infinito ha sido la única respuesta. O la única pregunta, porque no llegué a iniciar ninguna conversación. Me pregunto por qué la línea me odia tanto o te quiere tanto. Me pregunto dónde está su corazoncito electrónico. ¿Sigue latiendo aunque no haya línea? ¿Habría línea si dejara de latir?

Antes de comer arranqué todos los cables y desatornillé todos los tornillos. Abrí despacio el teléfono, pero no encontré las lucecitas rojas que esperaba, así que lo metí en la bañera y esperé a que se ahogase. Ni un gemido, un glupglup.

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Cuando acabe el café te escribiré una carta, le pondré un sello y la echaré en el buzón. Espero de verdad que el cartero no me odie tanto o te quiera tanto. Su corazoncito sí que sé dónde está, y la bañera está todavía llena.

2.17.2010

No tan suculentos números

3…,4,5,6,7,8…10!

Cuando era pequeña siempre me comía algún número. Lo guardaba en el bolsillo del mandilón, y a la hora del recreo me escondía en alguna esquina, lo sacaba con cuidado, lo examinaba, lo olisqueaba, y acto seguido, mordía una esquinita, hasta terminar por engullirlo todo.

En realidad, su sabor no me gustaba mucho; todos los números tenían un regusto a goma de borrar y a lágrimas de cocodrilo. Pero sentía curiosidad. Después de haber probado el 3 se me antojó el 9, y al día siguiente el 7.

Así era mi infancia, para desesperación de mi profesora, que no podía entender cómo siendo capaz de recitar el abecedario sin siquiera dudarlo, era tan descuidada con las Matemáticas.

La pobre no podía entender que las letras ya las había probado varias veces en la sopa, ¡y cuánto me gustaban!, ¡no dejaba ni la “Z” en el plato!

Así que mi infancia transcurrió de esta manera, un tanto desequilibrada. Mi madre llegó a preocuparse, ya que algunas cifras se me indigestaban, y después de comer bostezaba rabos de cincos, o se me quedaba la pata de un 4 entre los dientes.

Afortunadamente, mi curiosidad gustativa cesó al llegar a la treintena. A pesar de que esa forma redondeada me atraía sobremanera, mi estómago se alegró de no haber tenido que comerse el infinito.

1.25.2010

Presentación, nudo, desenlace

Útero en desmesura. La sangre endometrial está a punto de llegarme al pecho, causándome convulsiones. Histérica, estoy histérica. El chamán, experto en estas lides, me acerca un sahumerio al área genital, tratando de aplacar al monstruo que vive dentro. El humo me relaja, me voy quedando dormida. Ha sido un completo éxito.
(Escena 1)

Me han pintado de rojo. No puedo acercarme a mi familia. Encerrada en esta choza, paso el día echada junto a otras tres mujeres menstruantes. Nos alimentan a través de un tubo hecho con hueso de águila. Nadie nos ve, nadie nos toca. El poblado está a salvo.
(Escena 2)

Me pides que no sea histérica, que deje de gritar, porque me estoy poniendo en evidencia. Me preguntas si tengo la regla. Crees que no hay quien me soporte. Puedo lavarme la cabeza, freír huevos y hasta follar, pero no desvincular mi humor del ciclo lunar.
(Escena 3)

1.03.2010

Un mismo útero

Seguro que a ti te habrían dejado. Habrías llenado tus ojos enormes de lágrimas contenidas para mostrar que podrías llorar, pero que eres lo suficientemente mayor como para no hacerlo. Mamá y papá te habrían mirado conmovidos y habrían cedido. Los habría oído susurrar después al otro lado de la pared lo maduro que eres para tu tierna edad, cómo te habías aguantado para no montar el numerito.

Yo no juego a eso porque no sé. Si mis ojos se cubren de lágrimas, esas lágrimas salen disparadas sin poder parar. Y respiro de forma agitada y mi pulso se acelera y noto que estoy tan rojo y tan feo y quiero parar pero no puedo. Por eso nunca consigo nada. Por eso no puedo ir a ese maldito cumpleaños cuyo permiso habrías conseguido tú sin pestañear.

Iríamos juntos, pero no funciona así. Te mueres por ir, lo sé porque leí que se lo contabas a tu amiga en un email. Tengo tu contraseña, aunque tú ni lo sospeches. Sé que te encantaría ir, pero tendrías que ir conmigo y eso no lo soportarías. Le dices en broma otra vez eso de que ya estuvimos nueve meses metidos en un mismo útero, que ha sido suficiente. Ella se reirá al leerlo. Todos lo hacen.

Ahora estamos los dos mirando por la ventana. Tú piensas en todo lo que contarán en el colegio mañana. Yo pienso en que, al menos, ella no está contigo. Y deseo con todas mis fuerzas que conozca a algún otro niño y mañana ya no te dirija la palabra. Tu corazón se partiría en mil pedazos y yo me reiría aunque mi corazón estuviese en el mismo estado. Sentirías por fin lo que yo siento. Seríamos más gemelos, ahogados otra vez en un mismo útero.