3.12.2007

De porqué debe morir a los 17 años

- ¡Profesora!
- ¡Profe!
- ¡Señorita!

Ella, dulce, buena, bella, atiende a a los niños con amabilidad. Sus cabecitas revolotean alrededor de su falda. Le agarran la mano, la llaman, exigen su atención. Ella se reparte entre los 30 , tratando de ser justa, ecuánime, dándoles a todos los mismos minutos, porque no llega con ser dulce, bella, buena.

-¡ Profe! ¿Qué le regalarás en el Bautizo?

Silencio sepulcral. Un murmullo que sólo percibe porque está susceptible, dice: "ella no está invitada".

No es verdad que los niños sean brutalmente crueles. No aquí, en este estúpido reino en el que todos se conocen y todos se quieren, en este lugar sin localización concreta ni cronología, como han sido siempre los paraísos. Los niños se avergüenzan de su indiscrección. Pero se preguntan en voz baja porque nadie la aprecia; y ella también se lo pregunta. Sí, desde el principio, sea cuando sea eso. Es un reino con pocos habitantes, sonrientes personas que se saludan en el mercado, que se invitan a tomar té, que no tienen problemas de dinero ni de salud, que se acuestan temprano y duermen bien. Y ella es como los demás, nada la diferencia. Sonríe en el mercado, distribuye invitaciones para tomar el té que nadie acepta, no tiene problemas de dinero ni de salud, se acuesta y levanta temprano, duerme bien. Y sin embargo, el cartero ha ido dejando caer en cada buzón un sobre rojo, con el sello real, y todos los habitantes regocijados leen la buena nueva. Van a bautizar a su única hija, y quieren compartir ese momento con todos los súbditos. Pero ella no ha recibido la carta. Ella no existe. Ella educa a sus hijos, los convierte en las personas que estaban destinadas a ser. Su labor, más importante que la de un cirujano en un lugar donde apenas existe la sangre, no consigue hacer de ella una mujer querible.

Y ella intenta que sus alumnos no vean las lágrimas. Ellos, al fin y al cabo, sí la quieren. Hasta los 17 años aún le dan la mano por la calle y le desean lo mejor. ¿Qué ocurre después? ¿Qué cambia?

Pero los niños saben siempre qué sienten aquellos a quienes aman, al menos un rato. Los 30 escriben desapasionadamente, luchando en sus mentes a la procura de una idea. Se muerden las uñas, tiritan, se hieren los puños. Nunca antes tal esfuerzo intectual. Pero no son mágicos. Suena la campana, vuelven a casa, y su memoria, proporcional a su tamaño, es incapaz de registrar su impulso empático.

La profesora se pasa toda la noche gritando, hasta que se le aparece su joven hada madrina, porque una chica sencilla, dulce y bella debe recibir esa visita al menos una vez en la vida. El hada, más simple y limitada de lo que se suele pensar, se compadece de ella y le ofrece un deseo, sólo uno. "¿Qué pides?", la anima, "¿Que todos te quieran?"

No.



NO.


Lo que quiero es tener poder para emprender acciones que justifiquen su odio.

Al instante se convierte en otra cosa. Se le aparecen ropajes negros y varita. Y no sólo participará en el bautizo, sino que será casi la protagonista a través de una maldición en forma de rueca.

Los inocentes son los únicos que lo ignoran. Quien es justo, dulce, bello nunca ha podido ser bueno.

3.06.2007

Orígenes absurdos

¡¡Desnudos es una palabra sin sentido!!

Y veinte cabecitas se vuelven hacia Joff, que se ha levantado tirando la silla al suelo y tiene los brazos extendidos. La profesora suspira una vez más.

¿Sí, Joff? ¿Algo que quieras compartir con nosotros?

Joff se da cuenta ahora de la situación. Sus compañeros ríen. La tiza se desintegra entre los dedos nerviosos de la profesora.

¿Joff?

Joff duda. Su descubrimiento es sin duda importante, lo mejor que le ha pasado hoy, lo mejor de toda la semana, y hoy es jueves. Pero varios años de experiencia en la institución escolar le han enseñado a no mostrar su entusiasmo. Especialmente a no mostrar su entusiasmo por la etimología en clase de Matemáticas. A no gritar en clase de Biología que el panteísmo es la respuesta. No está de acuerdo, pero sabe que es mejor callar.

Nada.

Más tarde, en el recreo, no puede dejar de pensar en la palabra “desnudo”. Se siente un poco mal e intenta convencerse a sí mismo de sus razones lingüísticas, pero imagina a alguien preguntándole en qué palabra piensa (Joff cree que es una pregunta normal) y a sí mismo contestando.

Desnudo.

¿Qué pensarían de él?

Y sin embargo era cierto. “Desnudo” significa todo lo contrario, porque “nudus” no significa “vestido”. Y sonríe tanto que se le olvidan las veinte cabecitas y la tiza desintegrada en la mano de su profesora.