11.30.2009

Dejadme solo

Farsante, como un auténtico farsante. Así te sientes casi todo el día. Cuando te cruzas en la escalera con la vecina del 5º y le lanzas una mirada furibunda, dejándole bien claro que en cuanto tengas la más mínima oportunidad dejarás ese vecindario de mierda.

Patético mentiroso, mientras te tomas tu café con leche y reprendes enérgicamente a ese niño que vocifera sin parar y no te deja concentrarte en las páginas de opinión del periódico “líder”.

Triste embustero, cuando sales del cine y emites tu certero veredicto: “bah, una película que confirma la decadencia de este director. Se cree que los espectadores somos imbéciles”.

Lastimoso actor, cuando vas a la playa y destrozas todos los castillos de arena, y no te metes en el agua porque te da asco sumergirte con la masa, y gritas para que todo el mundo pueda oírte: “me voy, este sitio es para perdedores. Prefiero quedarme en casa leyendo a Schopenhauer”.

Dices odiar a todo el mundo, detestar lo que otros hacen. Tirarías todos los libros de Alessandro Baricco por la ventana sin dudarlo. Sobre todo, odias el sentimentalismo. Y por encima de todo, no soportas a las personas, especialmente a las felices.

Quieres estar solo, únicamente a ti te soportas. Tú sentado en tu butaca, seguramente fumando algún puro, mirando por la ventana. Y de repente, se te escapa una sonrisa pensando en aquel niño de la cafetería que se creía un guerrero y gritaba “¡caballeros, al rescate!”. Y piensas que tu vecina es tan entrañable que te gustaría tenerla por abuela. Y en aquella película, sí, qué reconfortante estado, sentirte transportado por la belleza edulcorada de sus imágenes... Por no hablar de la sensación que te produjo la arena entre tus dedos, y chapotear en la orilla entres las risas de los niños que construían altos torreones y fortalezas rodeadas de agua.

Continúas sonriendo, pero entonces, te das cuenta de que la vecina de enfrente está tendiendo la ropa y puede verte. Expulsas una bocanada de humo, adquieres un gesto serio y vuelves a representar tu farsa. En el odio, en la soledad, en el rechazo, te sientes más seguro.

8.29.2009

Autobiografía

Autógrafo sobre la portada del disco, autógrafo en los rincones más ocultos de la piel (a sus ochenta años aún había bastantes fans alborotadoras ansiosas por subirse la camiseta para recibir una firma que -en eso confiaba él- se borraría a las 24 horas, bajo la ducha), y ahora, también, autógrafo sobre la página blanca de cualquier libro, sobre el renglón que no dice más que AUTOBIOGRAFÍA.

Durante años se mostró reticente ante esta idea. No quería desnudarse para nadie, y mucho menos para un público indiferenciado. Bien lo sabía, que una autobiografía no era necesariamente una confesión (aunque también sabía que las mejores sí lo eran), pero exigía un trabajo de autodefinición, organizar una estructura para lo que siempre habían sido caóticos acontecimientos, un sentido que no sabía si podría hallar siendo sincero. Las cosas como eran, no estaba dispuesto a vender ni una parcela mínima de su intimidad.

Pero la edad no pasaba en balde, y aunque hacía oídos sordos a los que insinuaban que publicar una autobiografía era dejar una vida eterna, no pudo sacar fuera de su mente los veinte millones de dólares. Él era un cantante de éxito, le sobraba el dinero, pensaban todos. Pero la realidad a veces es más compleja, y si no hacía algo para remediarlo, moriría como deben morir los artistas, empobrecido y solo. Como era una opción poco atractiva tras 60 años de lujo, decidió acceder, escribir su autobiografía. Pero eso sí, se negaba en redondo a vender una sola parcela de su intimidad, no le quedaba otra que fabular. Los pocos datos verdaderos que poblaron su libro, la fecha y el lugar de nacimiento, el nombre de sus esposas, algunas propiedades, le produjeron un dolor inimaginable, pero sabía que lo evidente ya no se podía ocultar. Desde jovencito había deseado ser un cantante famoso en el mundo entero, conocía el precio a pagar.

Por lo demás, contó con todo lujo de detalles su viaje a Nepal (donde jamás había estado), la vez que casi perdió la vida al caer borracho de un barco (era necesario un poquito de sensacionalismo), su primer disco (de Wagner, le gustaba provocar), o que la película que más le había hecho llorar había sido "Lo que el viento se llevó" (no recordaba si la había llegado a ver entera o no). Sentía que así, en cierta forma, se vengaba de aquellos que le habían dado lo que siempre había querido obtener: reconocimiento mundial. Se vengaba por todos los inconvenientes que esa fama le acarreó, por toda la normalidad que jamás pudo siquiera palpar. Sí, estaba bastante orgulloso de su novela.

Sin embargo, ahora que veía la muerte cerca, ahora que ansiaba el anonimato más que nada en el mundo (pero no se puede dar marcha atrás a los sueños hipercumplidos), ahora que daría una mano, o puede que las dos, por ser dejado solo, por no ser inquirido, por ser olvidado, ahora, empezaba a arrepentirse de su decisión. Él nunca habría muerto de todas formas, era evidente, sus canciones formaban ya parte de la cultura popular. Y sin embargo, su autobiografía había ido borrando latebrosamente sus canciones. Decían su nombre y empezaban a hablar de su viaje a Nepal o de su disco favorito. Su vida había tenido tanto éxito que había conseguido eclipsar a su arte. Y finalmente, resultaba, que lo que iba a ser eternamente no era un artista, ni un nombre, ni mucho menos un hombre, sino, y a pesar de que nadie lo sabría nunca, un farsante.

7.17.2009

De héroes y mártires

"¡Mano!"

Elías se deja caer y rueda por el suelo agarrándose la pierna derecha con fuerza. El árbitro para el juego mientras todos los jugadores del equipo contrario lo rodean reclamándole una falta.

Elías se encoge y se concentra en su cara de dolor. Ya es un profesional en fingir que lo que le duele es la pierna y no su orgullo o la mano, que debe de tener al menos un dedo roto tras haber desviado el balón en el último momento. Habría sido gol y eso sí que no. No se puede dejar ganar por un equipo tan mediocre.

Escucha a sus compañeros que piden corriendo una camilla, porque lo que ha pasado, insisten, es que alguien le ha hecho una entrada de esas peligrosas al bueno de Elías (el héroe, el mártir de esa pequeña comunidad). Y los desalmados de los contrarios tienen la sangre fría de pedir mano. Como si las lágrimas de Elías no fuesen suficientes para mostrar su inocencia.

Es cierto, ahora llora sin fingir. El dolor de su dedo corazón derecho es insoportable y consigue transmitírselo a su espinilla, consigue casi desplazar los pinchazos. Desde el suelo puede imaginarse la cara del árbitro rodeado de hombretones furiosos que le increpan reclamándole justicia. ¿Dónde demonios está la camilla?

Sabe que ha ganado cuando nota cómo la luz del sol desaparece. Eso significa que está dentro del vestuario. Le muestra a su médico la mano cada vez más hinchada y este sonríe. "Una entrada dura, ¿eh?".

Sale del estadio con la mano en el bolsillo y una ligera cojera. Los aficionados le aplauden (han ganado gracias a ese no gol, han ganado gracias a él) y el árbitro le da una palmadita en la espalda. El héroe municipal sonríe tímidamente. "Qué humilde es", dice una señora.

Los jugadores del equipo contrario lo ven desde su autobús ya en marcha. "¿Le tenías que dar tan fuerte? Mira cómo cojea el pobre...". El culpable de la patada se sonroja. Juraría haber visto cómo el balón era desviado por una mano, pero a veces la imaginación y los nervios del juego nos engañan. Es un gran jugador, Elías. Cuando lo vuelva a ver le pedirá perdón. Y un autógrafo.

6.23.2009

Esperando al conejo blanco

Peldaño tras peldaño, pasito tras pasito, intentando avanzar, pero con la mirada clavada en el suelo, concentrada en las irregularidades de la madera y en las marcas de suelas de goma. Un poco por vértigo, también por miedo al siguiente peldaño ¿habrá uno más?¿cuándo se llega arriba? ¿se puede bajar?

Así que extiendo con cuidado el pie y con la punta examino el siguiente paso. Lo palpo de izquierda a derecha, hacia delante, hacia atrás de nuevo. Me atemoriza la idea de pisar con firmeza y encontrarme el vacío, o hundir el pie en un socavón y quedarme atrapada. O caerme al piso de abajo y provocar una nube de polvo como en las películas.

Uf, ya estoy en el siguiente peldaño. Un poquito más alta, pero igual de asustada. Busco la barandilla, pero no hay. Sigo mirando al suelo, porque me atemoriza pensar en levantar la vista y encontrarme con una luz cegadora, o con una figura mágica que me anuncie el futuro si soy capaz de resolver tres adivinanzas.

Me giro, y entonces sí, miro hacia abajo, y me siento. Mira, ahí, esos peldaños tan complicados, cuánto sudor derramado. Y aquellos, tan agradecidos, de un suave tacto y olor a libros nuevos y a vainilla de la que no empalaga. Pienso en quedarme ahí parada, mirando hacia abajo, saboreando los buenos momentos y alegrándome de que los malos hayan pasado.

Pero me inquieta el silencio que llega desde arriba en forma de un viento que me acaricia la espalda. No sé si es frío o caliente, húmedo o seco, así que lo llamaré neutro. Un viento neutro que me empuja un poquito, me zarandea rítmicamente dibujando círculos.

De nuevo me pongo en pie y me giro. Las muescas en la madera y las huellas de los que ya han pasado por ahí siguen guiándome. Subo un peldaño más. A fin de cuentas, no puedo quedarme en el medio toda la vida esperando a que llegue el conejo blanco corriendo con su reloj en la mano.

5.29.2009

La escalera mágica

Clímax, te explico, viene del griego, y frente a lo que todo el mundo se espera, no significa punto álgido, sino escalera. No tiene nada que ver con la cumbre, insisto, sino con el camino.

Sé que te molesta que hable de etimología en medio de una película japonesa, pero necesito contraatacar. Porque yo odio, detesto y desprecio esa manía tuya de utilizar palabras como clímax o plano para hacer la valoración de una película. Odio la cara que pones –rimbombante- cuando me explicas que el alter ego del personaje mostró desde el principio sus verdaderas intenciones. Detesto que creas que sabes utilizar las palabras con precisión cuando lo único que haces es dejarlas caer con auto-veneración. Desprecio tu papel de cinéfilo, que tu consideras tan eficaz para seducir”nos”.

A pesar de que durante mi explicación te enseñé todos los dientes, tú me abrazas y bromeas sobre enseñarme el punto álgido de nuestra escalera. Yo me río (de nervios), y tú aprovechas para introducir una mano entre mi hueso y el pantalón. Te haces hueco y yo ya no me río porque no puedo respirar. De vez en cuando te separas un poco de mi piel y yo aprovecho para tomar aire. Y risueña aún, pienso que a pesar de todo te quiero un poco. No mucho, no, pero lo suficiente para pasarme una semana encerrada contigo bajo cuatro llaves.

Tú desabrochas un botón y a mí se me empiezan a nublar los pensamientos. Recuerdo tu comentario sobre la sombra que caía en el plano que precedía al clímax y siento cierta ternura. Juro perdonarte cada uno de tus defectos si me permites inspirar una vez más antes de explotar.

Y después, después de coronar la única cima relevante, pienso –aunque nunca lo pronunciaré en voz alta - en lo que quiero hacer el resto de mi vida. Todos los días. De la mano. Recorrer juntos, uno por uno, cada peldaño.

5.17.2009

Elvir y su narrativa

- ¿Ventanilla o pasillo?

Y entonces comienza su plan:

- Pasillo

Ya en las escalerillas que le suben a la nave, rodeado de cuerpos que se empujan y aplastan como si no tuviesen un asiento asignado, Elvir no puede parar de sonreír. Mira a su alrededor y se pregunta si se leerá en su cara todo lo que está pensando, si se leerán su pasado y sus planes para el futuro. Porque hoy es un día importante para Elvir. Tras 27 años de vida lógica y rutinaria y responsable ha tomado una decisión que promete convertir su vida en una aventura excitante a cada minuto.

“Los días pasan uno tras uno y sé siempre lo que va a pasar. Mi vida es la película más aburrida del mundo”, le explicaba a su hermana hace un par de días.

Ahora Elvir ha decidido convertirse en un personaje de cuento y buscar conflictos y clímax en su narrativa. “No quiero que mis nietos se aburran cuando les cuente mis batallitas”, había escrito en su blog. ¿Cómo forzar el cambio? El primer paso es contestar siempre lo contrario a lo que tenía pensado decir.

Por primera vez ahora, se sienta en el diminuto asiento del pasillo descubriendo que por lo menos puede estirar las piernas hacia un lado. Cuando la azafata le pregunta si las puede encoger un momento para dejarla pasar, Elvir siente que las luces de la sala se apagan y casi puede escuchar la música que acompaña a su primer conflicto y la respiración contenida del niño que en quinta fila agarra el cartón de palomitas con fuerza.

- No -dice. Y estira las piernas un poco más y sonríe expectante. Ya siente cómo su narración se acerca a un primer clímax.

5.07.2009

Trenhotel

Funcionaría con la precisión de un reloj. Nada le parecía más asombroso que las manecillas haciendo tic, tac y su engranaje de ruedecillas girando al compás. Pero después, sintiendo el crujir de las vías bajo su asiento, pensó que la maquinaria de un tren le gustaba más. Con su traqueteo reconfortante, como el abrazo de una madre, cuando discurre suave por las llanuras; o el de un amante cuando se aventura, frénetico, entre montañas sinuosas.

Claro que, la maquinaria, por precisa que sea, acaba siempre por fallar. Y a esta le había llegado su hora, y los pasajeros bostezaban, hacían chistes, y se asomaban a la puerta a echar un pitillito.

Curiosamente escuchaba O Tren de Andrés Do Barro, versionada por Niño y Pistola, y pensaba que el “pasiño a pasiño” se convertiría en una letanía de horas muertas.

El risueño revisor, tratando de endulzar la desgracia con su sonrisa, hace público el último parte: “La máquina ha muerto”. Así que los pasajeros, reaccionando con desesperación, resignación o sentido del humor, según los casos, se entregan a una noche de hastío en la nada castellana.

Menos mal que delante va sentada una psicóloga argentina, especialista en psicoanálisis, molesta porque en España la gente no va a los psicólogos. Su compañero de viaje, un colombiano residente en Galicia, le pregunta sin vacilar si el psicoanálisis aún sigue vigente. Ella dice que por supuesto, y lamenta que en España la gente se haya quedado con las teorías de Freud de 1.900. “Hay vida más allá”. Despues hablan de música. Aquí también difieren ya que ella es defensora de la música comercial, que es “la que te acompaña a lo largo de tu vida”. “Es un recuerdo de mis 19, mis 20…”. Y conforme pasan las horas los viajeros comparten sus vivencias y llegan a concordar en algunas de sus impresiones, como que Barcelona es otra cosa, “es verdaderamente como estar en Europa”.

Y nuestro viajero se pone los cascos para disimular, pero en realidad le divierte mucho más escuchar las conversaciones de los demás y observar cómo el grupo de portugueses de más adelante pide al revisor que ponga la tele, y cómo las chicas de su lado se hacen fotos para documentar cada instante del viaje.

“El ser humano es sin duda la máquina más compleja; no tiene ruedecitas, ni ejes, ni engranajes, pero es extremadamente difícil entender su funcionamiento”, escribe, para un segundo después trazar una gruesa línea por encima, porque ya no está tan convencido de esta afirmación, y al mismo tiempo teme que pueda sonar demasiado tópica. Y no hay nada que odie más que la vulgaridad de los tópicos.

Está todo tan negro tras la cortinilla azul del Trenhotel, vagón turista, coche 26, sillón 3. Ventanilla.

4.22.2009

Fábula de la oveja y del lobo

Bala la ovejita en el campo porque está contenta. Es una mañana fría fría de enero y ha comenzado a nevar. A la ovejita le gusta el invierno porque su mamá permite que sus ocho corderos se acurruquen contra ella para vencer el frío. A veces hay disputas entre los hermanos, claro, y nuestra ovejita no suele salir muy bien parada. No es muy fuerte y por eso no le gusta discutir. Cree que siendo dulce y paciente conseguirá que su madre la prefiera, y los demás la miran con lástima porque ya saben que Darwin no dijo nada de que sobreviviesen los más buenos. Porque lo cierto es que la ovejita de tan buena es tonta (eso le dicen) y las demás ovejas tienen que tomar las precauciones por ella.

Los días de invierno, la ovejita se aventura solita en el bosque, apartándose del rebaño, y eso no es muy inteligente, no, porque en esta estación es cuando los lobos bajan. Nuestra ovejita no es tan imbécil como para decir en voz alta que los lobos no pueden ser tan malvados, que son animales bellos y salvajes, pero no necesariamente asesinos. Sin embargo no puede evitar sentir cierta simpatía por esas cabezas de turco del desprecio animal. Qué duro debe ser lobo, piensa, y caerle mal a todo el mundo.

Eso medita mientras bala feliz y sin darse cuenta de que alguien la sigue. De repente, una sombra salta veloz a su lado y se coloca frente a ella, interceptándole el camino. Es un lobo que abre bien sus fauces enseñando todos y cada uno de los colmillos. “Pobre lobo”, piensa la ovejita, “que sonrisa más fea tiene”. Y le mira con los ojos muy abiertos, la boca muy abierta, enseñándole su sonrisa que le llena toda la cara para que no se sienta avergonzado de sus gestos tan brutos.

El lobo se queda un poco pasmado. Esperaba una ovejita que al verlo gritara y tratara de escapar, inútilmente, porque él, es ley de vida, la alcanzaría. No esperaba una ovejita que se quedara tan tranquilita como si sobre ella revoloteara una bonita mariposa. El lobo podría sentirse atacado en su ferocidad, qué tipo de lobo no da miedo, pero lo que siente es ternura. Mucha ternura. Se acerca a ella y le acaricia el lomo y se jura y se perjura que si hace un solo amago de huida la estrangula sin miramientos. Pero la ovejita, ajena a tan fúnebres pensamientos, se acurruca bajo el lobo porque le encanta el calorcito de los otros cuerpos en invierno.

Después se separa y vuelve lentamente a junto de su rebaño, en el prado, mientras el lobo la mira marchar y promete que no permitirá a nadie hacer daño a tan angelical criatura.

Cuando llega a junto de las otras ovejas, le chillan que es una imprudente, que todas la daban por muerta, que aventurarse así sola en el bosque... También le dicen, con lágrimas en los ojos, que durante su excursión una manada de lobos ha bajado y ha conseguido matar a tres de las ovejas.

Le repiten que no se puede ir así por la vida, que si es estúpida. Ella no responde, porque no le interesa que sepan que es la única que ha conseguido un seguro de vida. Porque si todas las ovejitas permanecieran impasibles ante la llegada de un lobo, el truco ya no le funcionaría.

4.18.2009

Tríangulo anacrónico

Portazo algo más brusco que el anterior, y Neil se encoge porque ya no tiene que ser el más fuerte ni el más seguro. A este lado de la (maltratada) puerta ya no le puede pasar nada. Se sienta detrás de su enorme mesa de jefe y se pregunta si Peter seguirá ahí, si habrá conseguido golpearle, si lo habrá hecho sangrar.

Ahora ya no hay marcha atrás. Neil cierra la ventana y después las contras, "hace frío, hay mucha luz", aunque lo único que hay es la posibilidad de una bomba o una bala o una simple piedra volando hacia dentro y eso no, eso es algo a lo que Neil no se quiere enfrentar.

Lo que no sabe es que Peter tiene mucha más clase. Peter está ya en casa escribiendo una nota informativa que finalmente dejará en el buzón (en un principio había pensado en la posiblidad de hacerla entrar por la ventana de Neil en forma de avioncito, pero como ahora sabemos, al viento se le suma la imposibilidad física de atravesar la madera de las contras).

La nota dice:

"Estimado Neil,
Esto ya no tiene más que una solución. Propongo que nos batamos en duelo uno de estos amaneceres (te dejo escoger la fecha, al fin y al cabo, eres tú quien va a morir). En un principio pensé en espadas, pero quizá sea más rápido y efectivo el revólver. Llamaremos menos la atención. No quiero testigos, esto es entre tú y yo.
(¿Ves estas gotitas de sangre? Tu portazo casi me rompe la nariz. Eres tan cobarde)
Tu enemigo,
Peter"

Neil lee la carta y acaricia el revólver que guarda en su cajón. A continuación hace la maleta y corre al puerto. Allí se monta en un barco que va a América. "Nuestro amor es más profundo que todo esto", le había escrito ella una vez.

"Malditos locos anacrónicos", piensa mientras deja que el viento le dé en la cara. "En pleno siglo XXI quieren duelos y muerte por amor. Quédate con Peter, ya no me importa. Yo vivo en este siglo".

Ni se le pasa por la cabeza el hecho de estar cruzando el charco en barco, como en la época en la que los triángulos amorosos se deshacían de uno de sus ángulos a golpe de espada o de bala.

4.06.2009

El arte del desprecio

Despreciarlas es lo más sencillo. Renunciar a la palabra y torcer el gesto con la boca ladeada y los ojos entornados. Deshacer los pasos con firmeza, mostrar la espalda recta y el cuello estirado como una gallina como única despedida. Teatralizar la desdicha con una expresión de disgusto apenas contenida y sonreír, con malicia, a cada paso.

Mientras, ellas abren las mandíbulas, enjuagan los lacrimales, aprietan los puños y se van acercando hasta formar una piña. Un compacto de desdichada humanidad, húmeda de tristezas.

Es tan fácil el desprecio, tan estudiado en películas y novelas; tan aprendido en patios de colegio, en plazoletas y en la cola del súper; tan extendido desde la cuna a la tumba, desde la primera vez que apartamos el plato de lentejas hasta la última vez que con desdén examinamos la vestimenta de nuestra vecina.

¡Y qué bien nos hace sentir! Superiores, casi como pequeños dioses capaces de imponer qué es el bien y qué constituye el mal. Actores y actrices de un drama del que somos los protagonistas que triunfalmente salen de escena escoltados por un sonoro portazo.

3.21.2009

Odiar es de débiles

Odiarlas es tan fácil... Eso piensa mientras golpea con rabia una piedra que no va dirigida a ellas, que ya nunca irá dirigida a ellas, una piedra que rebota contra un contenedor, o contra una farola, porque el odio es de cobardes, de los que sólo lanzan piedras contra objetos inanimados.

Pero él recuerda, lo sabe por que se lo han contado, su padre, su abuelo, lo ha visto en películas y documentales, recuerda que hubo un tiempo en que los hombres eran hombres y no odiaban a las palomas, las despreciaban. Los niños llenaban las plazas y se divertían arrojando estudiados proyectiles con los tirachinas para alcanzar entre los ojos a los pobres pájaros que revoloteaban desorientados, que huían nada más ver a un niño (que ya era más hombre que cualquier hombre de mañana). Las insultaban por divertirse, aunque era tan fácil, que no generaba la satisfacción de un zorro, o incluso de una gaviota. Era un placer para los más pequeños, un entretenimiento apto para todos los públicos.

Y sin embargo, nuestros hijos, criados en el amor y en la sensibilidad, escapan nada más ver a una paloma. Qué feas, qué sucias, dicen, salvo en el día de la paz. Qué asco, dicen, pero es qué miedo. Y ellas, que lo intuyen, se acercan cada vez más, y cuando alzan el vuelo se atreven a rozar nuestros cabellos. Ellas toman nuestras calles, toman nuestro barrio, mientras nosotros nos vamos escondiendo en los portales, en las casas, en las habitaciones.

Sí, es tan fácil odiarlas ahora que ya no somos quienes de despreciarlas.

2.17.2009

Tacto

Daño en el estómago cuando ella se sienta a tu lado y vuestros brazos se rozan pero no vuestras miradas. Tú entonces te revuelves un poco y te alejas para evitar el contacto (para evitar el daño), pero la heridita ya está sangrando otra vez y para qué luchar entonces si ya ves el suelo a tu alrededor lleno de gotas rojas. Ella no se da cuenta mientras toma con calma su yogur con los ojos en la puerta de la cocina, donde está tu amigo más odiado.

“Vamos al cine!”, dice al volver con una mandarina entre sus dedos. Y los tres corréis entusiasmados con vuestras gafas de pasta y jerséis negros de cuello vuelto. El café de antes de la película no tiene humo porque sois existencialistas del siglo XXI y fumar es estúpido, pero ella juega a encender cerillas y olerlas y esperar a que el fuego consuma todo el palito de madera. “Ya empieza, ya empieza”.

Y es ahora cuando llega tu momento más temido, un reposa-brazos para cada dos manos, y qué sentido tiene te preguntas otra vez, porque os estáis tocando de nuevo y tus pulmones sienten arañazos punzantes (porque el daño cambia de lugar aunque la herida que sangra sea al final siempre la misma). Pero no dura mucho, a Peter Parker le acaba de morder la araña cuando notas cómo su brazo y todo su cuerpo se alejan de ti para apoyarse en el de él. Y ya está. No más herida, ya solo cicatriz.

Aunque él no le conviene, no no, y sabes que acabarán como Jim y Catharine, despeñados por un acantilado, mientras tú, el bueno de Jules, te preguntas qué va a ser de tu vida sin heridas, ni brazos, ni amigos a los que odiar.

2.08.2009

Siempre el suelo

Suelo que pisas, que oprimes con tus zapatos. Él no tiene la culpa, pero ¿y quién la tiene? Tú desde luego no. Así que clavas los tacones de aguja con fuerza, bien profundo, hasta que agujereas el suelo de madera y te quedas ahí, clavada, impasible, esperando que pase el tiempo y se lo lleve todo con él.

Ahora estás cansada, agotada. Demasiado para un tazón de leche, demasiado para recorrer el camino hacia la cama. Desearías ser un caracol, o un reptil cualquiera, para poder deslizarte sin prisa por todo el apartamento, hasta tu lecho de descanso.

Siempre el suelo. Para resbalar en su superficie, para batirse contra su compacta estructura, para jugar a la rayuela, para hacer competiciones de coches, y desfilar, algunas veces con altanería, otra cabizbajos.

Y debajo, sólo el vacío, la incerteza de la falta de apoyo. Pero a veces te gustaría probar. Jugar a caminar sobre el aire, a caer sobre la nada. Da miedo, pero seguro que no hace tanto daño.