3.01.2010

Infinita maldición

Infinito. Así es el silencio que cubre mi oído cada vez que descuelgo el teléfono. Sin voz, sin respiración, sin un sonidito electrónico que me indique que la línea está abierta y dispuesta a ayudarme. Todo está enchufado, pero solo encuentro este maldito silencio.

Si la línea me quisiera ayudar, me diría que está ahí. "Piiii", me susurraría suavemente al oído. Y yo colgaría el teléfono sin necesidad de llamar a nadie, sabiendo que la comunicación es posible, sabiendo que aún me puedo salvar. Entonces me metería tranquila en la cama y dormiría plácidamente.

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Esta mañana te he intentado llamar. Una vez más, el silencio infinito ha sido la única respuesta. O la única pregunta, porque no llegué a iniciar ninguna conversación. Me pregunto por qué la línea me odia tanto o te quiere tanto. Me pregunto dónde está su corazoncito electrónico. ¿Sigue latiendo aunque no haya línea? ¿Habría línea si dejara de latir?

Antes de comer arranqué todos los cables y desatornillé todos los tornillos. Abrí despacio el teléfono, pero no encontré las lucecitas rojas que esperaba, así que lo metí en la bañera y esperé a que se ahogase. Ni un gemido, un glupglup.

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Cuando acabe el café te escribiré una carta, le pondré un sello y la echaré en el buzón. Espero de verdad que el cartero no me odie tanto o te quiera tanto. Su corazoncito sí que sé dónde está, y la bañera está todavía llena.