5.29.2009

La escalera mágica

Clímax, te explico, viene del griego, y frente a lo que todo el mundo se espera, no significa punto álgido, sino escalera. No tiene nada que ver con la cumbre, insisto, sino con el camino.

Sé que te molesta que hable de etimología en medio de una película japonesa, pero necesito contraatacar. Porque yo odio, detesto y desprecio esa manía tuya de utilizar palabras como clímax o plano para hacer la valoración de una película. Odio la cara que pones –rimbombante- cuando me explicas que el alter ego del personaje mostró desde el principio sus verdaderas intenciones. Detesto que creas que sabes utilizar las palabras con precisión cuando lo único que haces es dejarlas caer con auto-veneración. Desprecio tu papel de cinéfilo, que tu consideras tan eficaz para seducir”nos”.

A pesar de que durante mi explicación te enseñé todos los dientes, tú me abrazas y bromeas sobre enseñarme el punto álgido de nuestra escalera. Yo me río (de nervios), y tú aprovechas para introducir una mano entre mi hueso y el pantalón. Te haces hueco y yo ya no me río porque no puedo respirar. De vez en cuando te separas un poco de mi piel y yo aprovecho para tomar aire. Y risueña aún, pienso que a pesar de todo te quiero un poco. No mucho, no, pero lo suficiente para pasarme una semana encerrada contigo bajo cuatro llaves.

Tú desabrochas un botón y a mí se me empiezan a nublar los pensamientos. Recuerdo tu comentario sobre la sombra que caía en el plano que precedía al clímax y siento cierta ternura. Juro perdonarte cada uno de tus defectos si me permites inspirar una vez más antes de explotar.

Y después, después de coronar la única cima relevante, pienso –aunque nunca lo pronunciaré en voz alta - en lo que quiero hacer el resto de mi vida. Todos los días. De la mano. Recorrer juntos, uno por uno, cada peldaño.

5.17.2009

Elvir y su narrativa

- ¿Ventanilla o pasillo?

Y entonces comienza su plan:

- Pasillo

Ya en las escalerillas que le suben a la nave, rodeado de cuerpos que se empujan y aplastan como si no tuviesen un asiento asignado, Elvir no puede parar de sonreír. Mira a su alrededor y se pregunta si se leerá en su cara todo lo que está pensando, si se leerán su pasado y sus planes para el futuro. Porque hoy es un día importante para Elvir. Tras 27 años de vida lógica y rutinaria y responsable ha tomado una decisión que promete convertir su vida en una aventura excitante a cada minuto.

“Los días pasan uno tras uno y sé siempre lo que va a pasar. Mi vida es la película más aburrida del mundo”, le explicaba a su hermana hace un par de días.

Ahora Elvir ha decidido convertirse en un personaje de cuento y buscar conflictos y clímax en su narrativa. “No quiero que mis nietos se aburran cuando les cuente mis batallitas”, había escrito en su blog. ¿Cómo forzar el cambio? El primer paso es contestar siempre lo contrario a lo que tenía pensado decir.

Por primera vez ahora, se sienta en el diminuto asiento del pasillo descubriendo que por lo menos puede estirar las piernas hacia un lado. Cuando la azafata le pregunta si las puede encoger un momento para dejarla pasar, Elvir siente que las luces de la sala se apagan y casi puede escuchar la música que acompaña a su primer conflicto y la respiración contenida del niño que en quinta fila agarra el cartón de palomitas con fuerza.

- No -dice. Y estira las piernas un poco más y sonríe expectante. Ya siente cómo su narración se acerca a un primer clímax.

5.07.2009

Trenhotel

Funcionaría con la precisión de un reloj. Nada le parecía más asombroso que las manecillas haciendo tic, tac y su engranaje de ruedecillas girando al compás. Pero después, sintiendo el crujir de las vías bajo su asiento, pensó que la maquinaria de un tren le gustaba más. Con su traqueteo reconfortante, como el abrazo de una madre, cuando discurre suave por las llanuras; o el de un amante cuando se aventura, frénetico, entre montañas sinuosas.

Claro que, la maquinaria, por precisa que sea, acaba siempre por fallar. Y a esta le había llegado su hora, y los pasajeros bostezaban, hacían chistes, y se asomaban a la puerta a echar un pitillito.

Curiosamente escuchaba O Tren de Andrés Do Barro, versionada por Niño y Pistola, y pensaba que el “pasiño a pasiño” se convertiría en una letanía de horas muertas.

El risueño revisor, tratando de endulzar la desgracia con su sonrisa, hace público el último parte: “La máquina ha muerto”. Así que los pasajeros, reaccionando con desesperación, resignación o sentido del humor, según los casos, se entregan a una noche de hastío en la nada castellana.

Menos mal que delante va sentada una psicóloga argentina, especialista en psicoanálisis, molesta porque en España la gente no va a los psicólogos. Su compañero de viaje, un colombiano residente en Galicia, le pregunta sin vacilar si el psicoanálisis aún sigue vigente. Ella dice que por supuesto, y lamenta que en España la gente se haya quedado con las teorías de Freud de 1.900. “Hay vida más allá”. Despues hablan de música. Aquí también difieren ya que ella es defensora de la música comercial, que es “la que te acompaña a lo largo de tu vida”. “Es un recuerdo de mis 19, mis 20…”. Y conforme pasan las horas los viajeros comparten sus vivencias y llegan a concordar en algunas de sus impresiones, como que Barcelona es otra cosa, “es verdaderamente como estar en Europa”.

Y nuestro viajero se pone los cascos para disimular, pero en realidad le divierte mucho más escuchar las conversaciones de los demás y observar cómo el grupo de portugueses de más adelante pide al revisor que ponga la tele, y cómo las chicas de su lado se hacen fotos para documentar cada instante del viaje.

“El ser humano es sin duda la máquina más compleja; no tiene ruedecitas, ni ejes, ni engranajes, pero es extremadamente difícil entender su funcionamiento”, escribe, para un segundo después trazar una gruesa línea por encima, porque ya no está tan convencido de esta afirmación, y al mismo tiempo teme que pueda sonar demasiado tópica. Y no hay nada que odie más que la vulgaridad de los tópicos.

Está todo tan negro tras la cortinilla azul del Trenhotel, vagón turista, coche 26, sillón 3. Ventanilla.