Consumió los últimos minutos en tragar aire. Creía que así se sentiría menos pesado. Apretó los puños y salió de casa.
Los cinco primeros pasos fueron rápidos y nerviosos. Después se tranquilizó. Sus ojos miraban hacia arriba constantemente buscando pájaros a los que imitar. Intentó crear una estrategia. Primero movería los brazos hasta sentirse seguro y luego se dejaría llevar planeando. Tendría que ser como nadar.
Al subir la última cuesta sus pies se fueron manchando de tierra y verdín. Al llegar pudo ver el valle que se extendía a sus pies, y el río que se había propuesto como objetivo. Tragó aire una vez más por si lo había perdido por el camino.
Dio un paso pequeño para situarse justo al borde y cerró los ojos. Sus dedos se movían rápidos, como si estuviesen dando cuerda a algún artilugio. Contó hasta tres. Hasta cinco. Mejor hasta diez. Vaciló un momento.
Pensaba en qué pasaría si nada era como ella le había dicho. Si al saltar su cuerpo no quedaba suspendido en el aire, si no flotaba y se hundía sin saber nadar. Recordó el pelo tapándole los ojos mientras se lo decía. Recordó cómo se había reído después.
Y si ella había saltado, por qué no lo iba a hacer él. Y si ella había dicho que era fácil, por qué no lo iba a ser.
Una ráfaga de viento lo empujó y él se dejó caer. Y vio su pelo y sus ojos una vez más, y sintió que era cierto, que ella no le había mentido. Después se hundió en el río.
1.21.2006
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