Barriga que crece, que se expande hasta tensar la piel como un tambor y hacer del ombligo una válvula de contención que si se abriera provocaría que la barriga, la inmensa barriga se deshinchase como un globo, lanzando a la deriva el pequeño mundo que en su interior había nacido, había crecido, y ahora se hallaba en ese punto crítico en el que la evolución parece querer volver hacia atrás, y el progreso es un poco confuso, y la felicidade se materializa en pequeños aparatitos que vibran y emiten músicas que nos hacen canturrear, y se nos cansan los ojos delante de pantallas de plasma, e inventamos grandes armas de destrucción que aniquilan civilizaciones para instaurar lo que algunos señores llaman democracia, y todo corre deprisa, y el mundo es un fluir, sin pausas, con pequeñas comas y ni un sólo punto y aparte(bueno, sólo a veces, como ahora).
Se lo habían advertido. Jamás te comas las pepitas de las manzanas, porque te crecerá un árbol en la barriga. Pero no hizo caso, porque la vida es mucho más divertida cuando asumes riesgos. Eso pensaba. Se comió todas las pepitas que pudo, y en su barriga brotó un pequeño arbolito, que se hizo grande y tuvo manzanas. De las manzanas salieron pequeñas criaturas, similares a gusanos, pero con bracitos y piernas y un tacto suave y delicado. Comenzaron formando pequeñas tribus familiares, y poco a poco empezaron a plantar árboles por doquier y crearon extensos cultivos. Se alimentaban de frutas. Con el paso del tiempo, semanas, quizá meses (estos animalitos evolucionaban muy deprisa), construyeron hermosas casas con la madera de los árboles, crearon escuelas, bancos y tiendas, muchas tiendas. Y los bichitos hembra se compraban abrigos de piel. Y los bichitos macho relojes de última generación y bigotes puntiagudos. Los más pequeños aparatitos de esos con pantallas. Eran bastante felices, o eso creían. Ya habían descubierto el dinero, así que se deslomaban para ganar y ganar, y luego gastar y gastar. A veces tenían depresiones y se cogían una baja. Luego volvían a gastar y se olvidaban de sus problemas por lo menos hasta la hora de la cena.
Hace una semana se enfadaron con sus vecinos los bichitos del intestino. Ellos no estaban tan evolucionados. Sólo comían lo que los bichos de la barriga no querían, los restos. Los bichos barrigudos se vanagloriaban de sus logros, jajajaj, qué poco han evolucionado,míralos, comiendo basura, sin escuelas, ni tiendas, ni restaurantes. Y las señoras de pieles se llevaban las manos a la cabeza y con un gesto un tanto dramático exclamaban: "¡Pobrecillos, debemos hacer algo!". Y algo hicieron. Los señores de bigotes puntiagudos decidieron invadir la tierra de los bichos del intestino, porque, pensaron, hay que llevar la democracia a ese deprimido pueblo. En realidad pensaban que un punto tan estratégico como el intestino (que proporcionaba la salidad del cuerpo, claro está), sería clave para la expansión del imperio de los bichos barrigudos.
A la propietaria de la barriga no le importaban ni las guerras ni los imperios, sólo el dolor de barriga que tenía, que se expandía hasta los mismos intestinos, y que la hacía retorcerse de dolor. Por un momento tuvo la tentación de destapar la válvula de su ombligo y acabar con todos los habitantes que poblaban su cuerpo.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario