9.27.2006

Liebasha

Perfecto era el plan. Los lingotes de oro, también. Sensuales lingotes maravillosos. Temblorosos. Su forma de retirarse el sombrero ante la damisela. Buenos días. Su porte.
Todo eso era perfecto y nada más. Más que suficiente para ser feliz.

Huir con el oro y después, la duda entre los empleados. Las pistas. La llamada al sumo sacerdote.

El sumo sacerdote tiene mucha barba y túnica. Suministra sustancias psicotrópicas a unos niños. Son niños especiales. Muy flacos y de mirada aviesa. Los empleados deben bajar la cabeza. Meterse detrás de sus mesas o debajo de sus sillas. Dentro del armario.

Es ridículamente perfecto ¿eh? El malo lo sabe. No es malo malo. Además está enamorado de la damisela y el amor siempre redime. No es malo malo pero sabe lo que va a pasar y se ríe. Es... consciente, quizá. Y no trabaja para la empresa. ¡Qué tontos! Ni se les ocurre que pueda ser alguien de fuera. Como se les hinchaba la garganta antes, con todos esos mensajes de motivación y confianza. Es estúpido pensar que un empleado cogiese los lingotes y se quedara allí dentro, esperando la captura, pero en fin...El no malo malo no entiende nada, pero sabe que eso confirma que su plan es perfecto.

Los niños son como perros de caza. Olísquean aquí y allá, en macabro trance. No hay mucha gente por los despachos. Mentira. Los despachos están repletos de empleados que se esconden en los lugares más inverosímiles. Los niños bailan despistados. Están drogados, no saben. Se golpean contra las puertas. Un niño flaco y psicotrópicamente confuso cae al suelo y se agarra a una pierna. Un hombre que temblequea bajo una mesa. Se agarra a la pierna y el jefe corre y los buenos apresan al falso malo. Porque el no malo malo no es de la empresa y huyó, pero el falso malo debe morir. Los niños bajo el designio de dios así lo han decidido.

Suena el teléfono. Aviso. La damisela ha desaparecido. ¿Él muy degenerado no habrá, de paso que robaba los lingotes, asesinado vilmente a la damisela y enterrado trocitos de damisela por todo el jardín? El falso malo debe ser requetetorturado. Así es el azar, implacable.

La damisela ríe tras el árbol. También quiere jugar al escondite tras enterarse de lo de los lingotes y de lo de la búsqueda. Se carcajea al pensar en los juegos que la casualidad deparará al pobre infeliz. Uy. Ya no casualidad. Es un poco diosa, ella, rigiendo sobre sus destinos. Le divierte la idea de ese pobre hombre sollozante por la estupidez de su marido, y del sumo sacerdote y de todos y cada uno de los empleados. Le divierte cantidad. Hay algo quizá mejor, en alguna parte. Algo más limpio. Más inteligente. Como un hombre capaz de robar todos los lingotes de oro.

Él, ella, los lingotes. Amor exultante de éxito. Claro que sí. Y corre la damisela sin importarle si se le rompe un tacón. Corre descalza hasta que alcanza al no malo malo, con el morbo que solo tienen los no malos más malos, y esos lingotes dorados que solo tendrán los más listos. Y le dice que le ama. El protagonista asiente. Cree que cuando el plan es perfecto, provoca lo impensable.

9.21.2006

Ada

Ventana llena de gotitas de agua que hacen que el mundo se deforme. Ada pega la nariz al cristal y observa los edificios y las calles ondulados. Ada sabe que un día todo será suyo y se estremece con sólo pensarlo.

Esta consciencia de su propio destino convierte a Ada en una niña peculiar, y los profesores y padres de otros niños nunca saben qué hacer cuando ella abre los ojos y dice que de mayor va a ser dictadora. En clase de Plástica modela figuritas de barro que representan a personas. Cada vez que acaba una figurita, Ada la mira y sonríe, y su sonrisa da siempre un poco de miedo.

A Ada siempre le preguntan por su nombre. "¿Es por Nabokov?", dicen los profesores de Literatura. Ella mira con desprecio y dice que no, que es por Ada Lovelace y no explica más. Los profesores sonríen y asienten, y después corren a buscar al personaje en la enciclopedia.

Ada Augusta Byron King (10 de diciembre de 1815 - 27 de noviembre de 1852) fue la primera programadora en la historia de las computadoras.
Ada Augusta nació en Inglaterra, única hija legítima del poeta inglés Lord Byron y de Annabella Milbanke Byron. Sus padres se separaron legalmente cuando ella tenía dos meses de edad. Su padre abandonó definitivamente Gran Bretaña y Ada nunca llegó a conocerlo en persona.

Ada tampoco conoció nunca a su padre. El día que nació, su madre daba un paseo por la playa. Faltaban dos semanas para salir de cuentas. Un hombre se acercó a ella y le preguntó si la llevaba al hospital. Entonces Ada dio una patada y su madre supo que sí, que era el momento. El coche del hombre olía a bosque y a polvo. La llevó a un hospital que sería demolido dos días después y la atendió un médico de mirada triste. El parto fue rápido y fácil.

Tras oír estas historias, Ada ve al hombre que llevó a su madre al hospital como a su padre. Siempre que puede va al bosque y no limpia nunca su habitación para sentirse más cerca de él. Su madre mira por la ventana y no dice nada.

Ada lee biografías de dictadores y aprende matemáticas. Lo primero, para trazar su plan. Lo segundo, para hacer honor a su nombre.

Tiene ahora nueve años y ve cada vez más cerca su día. Aplasta la nariz contra el cristal y diseña su mundo perfecto.

9.06.2006

Aposentos reales

Sangre azul corría por sus venas, pero sólo en algunas ocasiones. Se sentía príncipe cuando se sentaba la mesa y colocaba con extrema precisión los cubiertos. Y disponía pequeñas raciones con mucho gusto. Otras veces le daba por hacer lo contrario. Comía grandes porciones de carne que arrancaba con los dientes vorazmente, emulando a los grandes monarcas de la Edad Media. Después encendía la radio, e imaginaba que los locutores eran mensajeros que le traían noticias de mundos lejanos.

- Mi honorable alteza, hay una nueva guerra en el Líbano.

- ¿Otra vez? ¡Haz llamar a los consejeros! Debemos trazar una estrategia.

Entonces se ponía las zapatillas, se sentaba frente a un espejo y fruncía el ceño. Delibero, delibero. Estoy deliberando, se decía. En realidad hacía poco más que arquear las cejas y ensayar posturas faciales.

A veces pensaba en su princesa. Ella vivía en el bloque de enfrente. Dormía enredada en una mosquitera y cada noche colocaba un pequeño guisante bajo su colchón. A la hora del desayuno siempre se lamentaba.

- ¡He dormido fatal! Alguien ha colocado un guisante bajo mi grueso colchón

Después encendía la tele y se interesaba por el estado de la nobleza europea. Y los ojos se le ponían tristes porque los príncipes se iban casando y temía quedarse soltera. También se sentía molesta por la poca seriedad de los príncipes de hoy en día. Que si se drogan, que si se dedican a tocar pechos plebeyos. Se sentía tan sola... Y encima ese loco, el pobre hombre que vivía en los establos que daban a su ventana no dejaba de mirarla. Levantaba la vista y ahí estaba el, arqueando las cejas como un tonto. Su patetismo la irritaba profundamente.

- ¿No se da cuenta de que es un plebeyo?

Y diciendo esto agitaba sus manos con gravedad mientras observaba su reflejo en el cristal. Estaba determinada a tomar una decisión. Esa misma noche, antes de colocar el guisante bajo su colchón, ordenó plantar unos setos frente a su ventana.