Respirar parece tan sencillo. Llenas tus pulmones, y luego expulsas todo fuera, y vuelta a empezar. Todo el mundo parece saber hacerlo, por lo que uno tiende a pensar que lo realmente extraordinario sería no respirar, y aún así seguir viviendo, cual organismo anaeróbico.
Cada día, millones de personas en el mundo se levantan con el objetivo de no respirar. “A ver cuánto aguanto hoy”, se dicen. Y así transcurre su jornada, haciendo todo lo posible por no respirar, y aún así, no morir del todo. Así que, trabajan, trabajan y trabajan con el cuello bien agarrotado; corren, corren y corren con el ordenador, la compra, los niños, o cualquier otro objeto pesado encima; se ahogan subiendo las escaleras; se meten en el coche y se atragantan con un poco de humo; o bien se aprietan la corbata o se abrochan la camisa hasta el último botón. Un reto universal que cada día tiene más adeptos.
Pocos lo han conseguido, porque requiere un gran sacrificio y hay que estar muy bien dotado y entrenado para poder (sobre)vivir sin respirar. Muchos se rinden, y se entregan a un mundo en el que las corbatas se aflojan, la gente se estira de vez en cuando en el trabajo cuando nadie mira, en las oficinas se cuentan chistes, en los parques se corre a pleno pulmón, se camina despacio, y a veces, uno, sin más, respirar por respirar.
Pero qué le vamos a hacer si el mundo está lleno de cobardes empeñados en seguir siendo aeróbicos.
11.07.2010
Suscribirse a:
Entradas (Atom)