10.23.2005

Belleza. Capítulo I

Más tarde emitió un largo suspiro. Le dolían hasta las pestañas de tanto llorar. Total. Todo por una flor. Y se sentía sola cada vez que abría un diccionario y buscaba el significado de la palabra belleza. También cuando observaba su reflejo en los escaparates y los maniquíes le hacía la burla con sus bobas sonrisas. Pero lo que de verdad odiaba era mirarse al espejo. De frente, de perfil. De todas las formas posibles. Mirarse y saber que la superficie reflectante no mentía.
Para él era distinto. Los espejos nunca le habían importado. Los maniquíes lo aterrorizaban. Con sus frías miradas, con sus manos heladas. Le gustaba ella porque no le daba miedo mojarse, porque estaba siempre sola delante de su libro. Le atraía por su belleza extraña, por sus ojos heridos. Le encantaba sobre todo cuando le temblaban los labios cada vez que leía algo que le gustaba. Intentaba contener una sonrisa y los labios le temblaban terriblemente, pero nunca podía evitar acabar abriendo la boca y soltando una carcajada. Los demás niños de la clase pensaban que era rara. Una rata de biblioteca, un adefesio, la pieza de un museo. Para él era como un cuadro cuyo significado intentaba escudriñar y que cuanto más miraba más lo fascinaba.
Ella nunca llegó a saber que de entre todos los espectadores que pasaban de largo para mirar el cuadro de al lado había uno que se quedaba horas y horas mirándola con las manos entrelazadas en la espalda. Por eso un día se acercó con sigilo al espejo, lo descolgó de un puñetazo, y éste se rompió en varios pedazos que se deslizaron por el suelo de la habitación. Cogió uno de ellos y se rasgó la cara con su afilado perfil. La sangre comenzó a circular hasta su barbilla, y empezó a gotear. Se rajó el rostro de nuevo. Una y otra vez. Ahora sí que era una flor. Una rosa de escarlata.

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