4.22.2009

Fábula de la oveja y del lobo

Bala la ovejita en el campo porque está contenta. Es una mañana fría fría de enero y ha comenzado a nevar. A la ovejita le gusta el invierno porque su mamá permite que sus ocho corderos se acurruquen contra ella para vencer el frío. A veces hay disputas entre los hermanos, claro, y nuestra ovejita no suele salir muy bien parada. No es muy fuerte y por eso no le gusta discutir. Cree que siendo dulce y paciente conseguirá que su madre la prefiera, y los demás la miran con lástima porque ya saben que Darwin no dijo nada de que sobreviviesen los más buenos. Porque lo cierto es que la ovejita de tan buena es tonta (eso le dicen) y las demás ovejas tienen que tomar las precauciones por ella.

Los días de invierno, la ovejita se aventura solita en el bosque, apartándose del rebaño, y eso no es muy inteligente, no, porque en esta estación es cuando los lobos bajan. Nuestra ovejita no es tan imbécil como para decir en voz alta que los lobos no pueden ser tan malvados, que son animales bellos y salvajes, pero no necesariamente asesinos. Sin embargo no puede evitar sentir cierta simpatía por esas cabezas de turco del desprecio animal. Qué duro debe ser lobo, piensa, y caerle mal a todo el mundo.

Eso medita mientras bala feliz y sin darse cuenta de que alguien la sigue. De repente, una sombra salta veloz a su lado y se coloca frente a ella, interceptándole el camino. Es un lobo que abre bien sus fauces enseñando todos y cada uno de los colmillos. “Pobre lobo”, piensa la ovejita, “que sonrisa más fea tiene”. Y le mira con los ojos muy abiertos, la boca muy abierta, enseñándole su sonrisa que le llena toda la cara para que no se sienta avergonzado de sus gestos tan brutos.

El lobo se queda un poco pasmado. Esperaba una ovejita que al verlo gritara y tratara de escapar, inútilmente, porque él, es ley de vida, la alcanzaría. No esperaba una ovejita que se quedara tan tranquilita como si sobre ella revoloteara una bonita mariposa. El lobo podría sentirse atacado en su ferocidad, qué tipo de lobo no da miedo, pero lo que siente es ternura. Mucha ternura. Se acerca a ella y le acaricia el lomo y se jura y se perjura que si hace un solo amago de huida la estrangula sin miramientos. Pero la ovejita, ajena a tan fúnebres pensamientos, se acurruca bajo el lobo porque le encanta el calorcito de los otros cuerpos en invierno.

Después se separa y vuelve lentamente a junto de su rebaño, en el prado, mientras el lobo la mira marchar y promete que no permitirá a nadie hacer daño a tan angelical criatura.

Cuando llega a junto de las otras ovejas, le chillan que es una imprudente, que todas la daban por muerta, que aventurarse así sola en el bosque... También le dicen, con lágrimas en los ojos, que durante su excursión una manada de lobos ha bajado y ha conseguido matar a tres de las ovejas.

Le repiten que no se puede ir así por la vida, que si es estúpida. Ella no responde, porque no le interesa que sepan que es la única que ha conseguido un seguro de vida. Porque si todas las ovejitas permanecieran impasibles ante la llegada de un lobo, el truco ya no le funcionaría.

4.18.2009

Tríangulo anacrónico

Portazo algo más brusco que el anterior, y Neil se encoge porque ya no tiene que ser el más fuerte ni el más seguro. A este lado de la (maltratada) puerta ya no le puede pasar nada. Se sienta detrás de su enorme mesa de jefe y se pregunta si Peter seguirá ahí, si habrá conseguido golpearle, si lo habrá hecho sangrar.

Ahora ya no hay marcha atrás. Neil cierra la ventana y después las contras, "hace frío, hay mucha luz", aunque lo único que hay es la posibilidad de una bomba o una bala o una simple piedra volando hacia dentro y eso no, eso es algo a lo que Neil no se quiere enfrentar.

Lo que no sabe es que Peter tiene mucha más clase. Peter está ya en casa escribiendo una nota informativa que finalmente dejará en el buzón (en un principio había pensado en la posiblidad de hacerla entrar por la ventana de Neil en forma de avioncito, pero como ahora sabemos, al viento se le suma la imposibilidad física de atravesar la madera de las contras).

La nota dice:

"Estimado Neil,
Esto ya no tiene más que una solución. Propongo que nos batamos en duelo uno de estos amaneceres (te dejo escoger la fecha, al fin y al cabo, eres tú quien va a morir). En un principio pensé en espadas, pero quizá sea más rápido y efectivo el revólver. Llamaremos menos la atención. No quiero testigos, esto es entre tú y yo.
(¿Ves estas gotitas de sangre? Tu portazo casi me rompe la nariz. Eres tan cobarde)
Tu enemigo,
Peter"

Neil lee la carta y acaricia el revólver que guarda en su cajón. A continuación hace la maleta y corre al puerto. Allí se monta en un barco que va a América. "Nuestro amor es más profundo que todo esto", le había escrito ella una vez.

"Malditos locos anacrónicos", piensa mientras deja que el viento le dé en la cara. "En pleno siglo XXI quieren duelos y muerte por amor. Quédate con Peter, ya no me importa. Yo vivo en este siglo".

Ni se le pasa por la cabeza el hecho de estar cruzando el charco en barco, como en la época en la que los triángulos amorosos se deshacían de uno de sus ángulos a golpe de espada o de bala.

4.06.2009

El arte del desprecio

Despreciarlas es lo más sencillo. Renunciar a la palabra y torcer el gesto con la boca ladeada y los ojos entornados. Deshacer los pasos con firmeza, mostrar la espalda recta y el cuello estirado como una gallina como única despedida. Teatralizar la desdicha con una expresión de disgusto apenas contenida y sonreír, con malicia, a cada paso.

Mientras, ellas abren las mandíbulas, enjuagan los lacrimales, aprietan los puños y se van acercando hasta formar una piña. Un compacto de desdichada humanidad, húmeda de tristezas.

Es tan fácil el desprecio, tan estudiado en películas y novelas; tan aprendido en patios de colegio, en plazoletas y en la cola del súper; tan extendido desde la cuna a la tumba, desde la primera vez que apartamos el plato de lentejas hasta la última vez que con desdén examinamos la vestimenta de nuestra vecina.

¡Y qué bien nos hace sentir! Superiores, casi como pequeños dioses capaces de imponer qué es el bien y qué constituye el mal. Actores y actrices de un drama del que somos los protagonistas que triunfalmente salen de escena escoltados por un sonoro portazo.