9.21.2006

Ada

Ventana llena de gotitas de agua que hacen que el mundo se deforme. Ada pega la nariz al cristal y observa los edificios y las calles ondulados. Ada sabe que un día todo será suyo y se estremece con sólo pensarlo.

Esta consciencia de su propio destino convierte a Ada en una niña peculiar, y los profesores y padres de otros niños nunca saben qué hacer cuando ella abre los ojos y dice que de mayor va a ser dictadora. En clase de Plástica modela figuritas de barro que representan a personas. Cada vez que acaba una figurita, Ada la mira y sonríe, y su sonrisa da siempre un poco de miedo.

A Ada siempre le preguntan por su nombre. "¿Es por Nabokov?", dicen los profesores de Literatura. Ella mira con desprecio y dice que no, que es por Ada Lovelace y no explica más. Los profesores sonríen y asienten, y después corren a buscar al personaje en la enciclopedia.

Ada Augusta Byron King (10 de diciembre de 1815 - 27 de noviembre de 1852) fue la primera programadora en la historia de las computadoras.
Ada Augusta nació en Inglaterra, única hija legítima del poeta inglés Lord Byron y de Annabella Milbanke Byron. Sus padres se separaron legalmente cuando ella tenía dos meses de edad. Su padre abandonó definitivamente Gran Bretaña y Ada nunca llegó a conocerlo en persona.

Ada tampoco conoció nunca a su padre. El día que nació, su madre daba un paseo por la playa. Faltaban dos semanas para salir de cuentas. Un hombre se acercó a ella y le preguntó si la llevaba al hospital. Entonces Ada dio una patada y su madre supo que sí, que era el momento. El coche del hombre olía a bosque y a polvo. La llevó a un hospital que sería demolido dos días después y la atendió un médico de mirada triste. El parto fue rápido y fácil.

Tras oír estas historias, Ada ve al hombre que llevó a su madre al hospital como a su padre. Siempre que puede va al bosque y no limpia nunca su habitación para sentirse más cerca de él. Su madre mira por la ventana y no dice nada.

Ada lee biografías de dictadores y aprende matemáticas. Lo primero, para trazar su plan. Lo segundo, para hacer honor a su nombre.

Tiene ahora nueve años y ve cada vez más cerca su día. Aplasta la nariz contra el cristal y diseña su mundo perfecto.

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