Suelo que pisas, que oprimes con tus zapatos. Él no tiene la culpa, pero ¿y quién la tiene? Tú desde luego no. Así que clavas los tacones de aguja con fuerza, bien profundo, hasta que agujereas el suelo de madera y te quedas ahí, clavada, impasible, esperando que pase el tiempo y se lo lleve todo con él.
Ahora estás cansada, agotada. Demasiado para un tazón de leche, demasiado para recorrer el camino hacia la cama. Desearías ser un caracol, o un reptil cualquiera, para poder deslizarte sin prisa por todo el apartamento, hasta tu lecho de descanso.
Siempre el suelo. Para resbalar en su superficie, para batirse contra su compacta estructura, para jugar a la rayuela, para hacer competiciones de coches, y desfilar, algunas veces con altanería, otra cabizbajos.
Y debajo, sólo el vacío, la incerteza de la falta de apoyo. Pero a veces te gustaría probar. Jugar a caminar sobre el aire, a caer sobre la nada. Da miedo, pero seguro que no hace tanto daño.
2.08.2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
4 comentarios:
Claro que no hace daño, una vez que te acostumbras a no tener dónde clavar tus tacones de aguja, todo va bien.
:)
No, no, no
Hay que aprender a amar el suelo real, no agujerearlo, no caerse y romperse un brazo
Conocerlo bien, para servirse de él.
nunca se está demasido cansada para un tazón de leche
Oh, please, do not worry. Such a talented brain can certainly walk in the air. What do we need the ground for, tell me.
Some spirits need the open air to be happy.
Publicar un comentario