Infinito. Así es el silencio que cubre mi oído cada vez que descuelgo el teléfono. Sin voz, sin respiración, sin un sonidito electrónico que me indique que la línea está abierta y dispuesta a ayudarme. Todo está enchufado, pero solo encuentro este maldito silencio.
Si la línea me quisiera ayudar, me diría que está ahí. "Piiii", me susurraría suavemente al oído. Y yo colgaría el teléfono sin necesidad de llamar a nadie, sabiendo que la comunicación es posible, sabiendo que aún me puedo salvar. Entonces me metería tranquila en la cama y dormiría plácidamente.
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Esta mañana te he intentado llamar. Una vez más, el silencio infinito ha sido la única respuesta. O la única pregunta, porque no llegué a iniciar ninguna conversación. Me pregunto por qué la línea me odia tanto o te quiere tanto. Me pregunto dónde está su corazoncito electrónico. ¿Sigue latiendo aunque no haya línea? ¿Habría línea si dejara de latir?
Antes de comer arranqué todos los cables y desatornillé todos los tornillos. Abrí despacio el teléfono, pero no encontré las lucecitas rojas que esperaba, así que lo metí en la bañera y esperé a que se ahogase. Ni un gemido, un glupglup.
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Cuando acabe el café te escribiré una carta, le pondré un sello y la echaré en el buzón. Espero de verdad que el cartero no me odie tanto o te quiera tanto. Su corazoncito sí que sé dónde está, y la bañera está todavía llena.
3.01.2010
Infinita maldición
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2 comentarios:
¿Esto tiene alguna relación con la tormenta perfecta? :P
Ana, creo que estás un poco loca.
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