12.11.2005

Son sólo palabras

¡Fuera, se acabó! ¡No quiero ver tus sucios ojos vagando por aquí! Así que se quitó los ojos y los lanzó desde lo alto de la colina, y rodaron ligeros, como vacíos. De cuando en cuando se encontraban algún bache, alguna irregularidad en el camino, y los ojos se golpeaban entre si, dejando escapar alguna imagen del pasado en forma de lagrimita. Y siempre era ella. De todas las imágenes que guardaba en la retina siempre era la suya la que se escapaba colina abajo. Aquel día, cuando se encontraron, ella con su abrigo nuevo, el con sus pantalones de siempre. Se abrazaron y decidieron que lo mejor sería comer una crèpe de nutella. Es lo mejor contra el frío, se dijeron. Y se miraron a los ojos, esos que ahora corren colina abajo, y también aquellos, los de ella, los que ahora se multiplican al brotar y brotar como lágrimas friccionándose contra el suelo. ¿Me quieres? Eran ahora sus labios los que le hablaban desde el fondo de su retina. Y él se miraba los pies, titubeaba, y no era que no la quisiese, pero, ¿cómo decirle que los domingos no eran lo mismo antes de conocerla, que desde que ella era ella se habían llenado de cine, lluvia y chocolate? Sí, la quería, pero jamás se lo diría, porque tenía miedo de las palabras. Tenía miedo de hablar como en las películas, y que todo se terminase al llegar las grandes letras blancas. Fin. Así que decidió callarse, y las palabras nunca llegaron. Y ella se fue lejos, y los besos y los abrazos se apretaron, mudos e invisibles, en las cartas y los cables telefónicos. Pero las palabras seguían sin llegar.

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