5.05.2006

Torpeza

Tropieza cuando ríe. Sólo cuando esboza una sonrisa. Porque la felicidad la vuelve inestable. Le basta cerrar los ojos cuando besa para perder el equilibrio. Y además siempre acompaña sus besos de un ligero levantamiento de la pierna derecha. Como en las películas. Está tan llena de convenciones que le asusta decir te quiero. (porque las palabras, dice ella, se desgastan, y cuanto menos las uses... Esas mujeres de pelo rubio y ondulado y miradas de rimel tienen la culpa. Demasiados te quiero, demasiados arrumacos junto al porche en tardes de sol. Pero siempre nos quedará Ava Gardner, aunque no fumemos, aunque no seamos capaces de matar una mosca. Pero no, reconócelo, se dice, esas cosas no te quedan bien. La mirada lánguida y el humo. El desdén. Tú eres más de ojos clavados en el suelo, de comerte las uñas, de perder el equilibrio cuando te besan. Tú eres torpe).

Y en su torpeza a veces encuentra lo que busca. Cuando la sonrisa crece, y crece, y la dentadura reluce, y los labios se estiran dibujando una gran v, ella hace ¡plaf!, y saluda a la tierra, a las paredes de mármol, al acero y al cemento. Y duele, duele de una forma inhumana. Pero al menos el dolor no se gasta. La sangre de las torpes es real. La de Ava Gardner es sólo ketchup. Y después del rodaje se lava y se va. La otra se quedará un poco más, hasta la próxima vez que eleve su mirada, se ría, y al perder de vista el suelo tropiece y la sonrisa le dure hasta el momento final de la caída.

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