4.09.2007

Mi ciudad invisible

Bueno, si tengo que elegir… elijo vivir en una ciudad de balcones, callejuelas y azoteas. Sabes, siempre me han encantado las ciudades del sur, en las que las casas se conectan unas con otras a través de puertezuelas, y las ventanas son indiscretas y se puede saltar de una terraza a otra. Y por las noches, sillas fuera, conversaciones al fresco. Y las estrellas. Y por el día, blanco resplandeciente en el exterior, y siesta de persianas bajadas en el interior.

Si pudiera elegir, también me gustaría un niño de enormes ojos y piel tostada. No sé, hoy me he levantado mediterránea. Y si miro al Atlántico… oh, qué frío. Pero quien sabe, quizá mañana se me de por hacerme polar, y desear intensos ojos azules, noches eternas, montañas nevadas, y una taza de té bajo una manta de piel de oso.

¿Y por qué no tenerlo todo? Una ciudad inventada, como las de Italo Calvino, una ciudad invisible que cambie cuando a uno se le antoje. Y los barrios sean totalmente distintos el uno del otro: aquí paisaje tirolés, allá ropa tendida al sol, y más allá el Patio de los Leones, y un desierto de naranjos, y una plantación de cacao, y bacalaos a secar. Entonces, en un mundo así, todo sería cambiante. También las profesiones, y si uno quiere, los gustos y las aficiones. Hoy deseo ser una escritora solitaria y vivir en una casa-barco en medio de un canal. En mis tiempo libres haré punto de cruz, mientras medito sobre las respuestas a los principales enigmas del universo. Sin embargo, quizá mañana me decida por la pintura, y me acerque hasta la plaza mayor con el fin de representar el inevitable paso del tiempo, y tomarme un clara de limón. Tengo la sensación de que en mi ciudad, a pesar de poder elegir, todo el mundo se dedicaría al arte. En un mundo que lo tiene todo, todo es representable. En un mundo que podría tenerlo todo, todo es imaginable. Mi ciudad invisible lo es todo y a la vez todo podría serlo. O un día, si cualquiera lo desea, dejar de existir.

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