3.24.2008

Eurolines II

Vida fue siempre una palabra grande, de esas cuya semántica te marea porque no ves sus bordes.


Federico sube al autobús algo nervioso e incómodo. Después de tantos años aún le cuesta entender el lituano y es incapaz de comprender a ese puñado de personas que son como el sur en el norte. Vilna y sus alrededores y estos últimos años serían lo más extraño en la vida de Federico, si no fuese porque el pasado de Federico es difícil de superar en grandeza.

Se sienta y piensa en que alguien podría contar su historia. Alguien que supiese escribir, alguien que pudiese llegar al fondo. Los detalles que se nos escapan a todos, como la emoción escondida tras la exclamación "¡sesenta y tres!" al entrar en Letonia.

Por eso Federico habla mucho de su vida. Roma y la física. La juventud inestable e incierta que toma rumbo gracias a un recorte de periódico. Karl von Frisch y las abejas. Lo cuenta una y otra vez y no es fácil. No es fácil hablar de una obsesión que le ha llevado tan lejos y le ha arrebatado tantas cosas. Las abejas o yo, dijo Ciara hace tantos años. Su respuesta es aún sorprendente.

Y tras años y vueltas al mundo danzando como las abejas pero sin rumbo, abandona su obsesión y aterriza en Vilna mareado y sin reina ni comunicación. El pequeño Guido está en Italia con Ciara y de vez en cuando vuelve de visita.

Acaricia su libretita y tacha un día más. Un día importante, hemos tocado el país sesenta y tres. Y queda un día menos para su jubilación.

Yo tengo un sueño, le dice a la chica que está sentada a su lado. Me jubilaré y tendré una colmena o dos. Y todo volverá a ser como antes.

Ella mira con interés. Quizá sea quien algún día escriba su historia.

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