3.25.2008

Y sonará una llave

Historias que comienzan en un salón cualquiera, en una ciudad un tanto gris y opaca. En bata azul hospital, con un libro en las manos, y la banda sonora de un película triste pero esperanzadora llenando la habitación y meciéndonos en una melancolía de esas que no amargan porque sabemos que son de mentira.

Los sonidos de lo cotidiano nos hacen sentirnos bien. El ruido de la cafetera, cuando la llave atraviesa la cerradura y las luces se encienden y… (oh, es él!), o…(oh, es ella!).

No hay nada mejor que eso. Nada que supere acurrucarse bajo las mantas, enredarse un poco y suspirar. Parece que todo lo que se encuentra fuera de nuestro dominio nocturno da un poco igual. Y qué importa si mañana hay que ir a trabajar, y será otro día aburrido, o peor, otro día estresante que parece no tener fin. Nos dejará exhaustos, infelices, con la sensación de haberlo hecho todo mal y con un oscuro futuro por delante que se nos antoja eterno. Siempre ligados a esa mesa, siempre ligados a esa silla, y a ese ordenador feo que encima usa Windows.

Con lo bien que se está en casa, con la calefacción puesta, nuestra música preferida, el dulce tacto de nuestro Mac (y como dijo aquella vez Milkdoor, oh, Macintosh, mon amour!), y tener la sensación de que en cualquier minuto, en cualquier instante, sonará una llave en la cerradura y se encenderán las luces.

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