Luces que parpadean es todo lo que recuerdo de aquella primera noche en el río. El día había sido corto, como todos los días de invierno, y había pasado la tarde acurrucada en el sofá. Fue entonces cuando sonó el teléfono y tuve que salir corriendo dejándolo todo atrás. Mi casa, mi vida. El puente y una voz llamándome desde la orilla. “Ada…aquí…”. Miré hacia el río y vi aquellas luces centelleantes. Después, vacío.
Llovió toda la mañana siguiente mientras yo tiritaba tumbada en la tierra y mi corazón latía nervioso. “Escondámonos, Ada”, y agarré la mano que se tendió ante mis ojos. Estaba fría y un poco falta de color, es lo que recuerdo que pensé de aquella mano de dedos largos que me guiaba firme hacia la vieja nave industrial.
Tenías el pelo negro y sucio de polución cuando te quité la capucha, y me mirabas con ojos asustados. “Oh, Ada, ¿qué haremos ahora? ¿Qué haremos ahora que el río es tan gris?”. En un primer momento no lo entendí y lo único que hice fue escuchar el sonido metálico del agua contra el techo. Tuvieron que pasar unos minutos hasta que me diera cuenta de tus ojos tan iguales a los míos, tan rojos y tristes, y con aquel brillo sobrenatural, eléctrico, centelleante. Como las luces en el río.
“Ahora…”, dije. ¿Qué podíamos hacer? ¿Qué podíamos hacer con un río putrefacto lleno de peces muertos y líquenes marchitos? Y noté que empezaba a llorar despacio y tus dedos de vampiro –fríos, blancos, sin vida –acariciaban mi cara temblorosos. Te volviste a poner la capucha y miraste alrededor. “¿Ves esta nave, este lugar tan sucio? Viviremos aquí y todo brillará hasta que nosotros nos apaguemos. Iremos todas las noches hasta el río y le daremos un poco de nuestra sangre verde y volverá a estar vivo”.
Creí que me despertaría justo ahí, en el momento en el que minutos más tarde nos sumergíamos en el agua podrida y con una cuchilla oxidada nos hacíamos cortes en las palmas de las manos. “Oh, Ada, estamos salvando el planeta”, dijiste cuando llegamos de nuevo a la nave. Sonreíste por primera vez y supe que hacía demasiado frío como para estar soñando.
Ilja, mi pequeño y gélido y pálido Ilja. He visto una flor y estoy cansada.
Durmamos, Ada. Ya hemos acabado.